La calle principal de Kiev, que algunos comparan con los Campos Eliseos parisinos es Kreschaty. Yo creo que todas las ciudades acaban comparándose con París. Al menos recuerdo dos que sus habitantes definen como “el pequeño Paris”: Budapest y Ourense. Y lo de Ourense, M, no sé porqué.
Kreschaty es, pues, una gran avenida de entre uno y dos kilómetros que une la Filarmónica, donde escuchar conciertos de música clásica, con el Arena City, una especie de centro de entretenimiento que a mi me parece el lugar más caro de la ciudad, con un centro comercial para la jet donde, si quieres comprar algo, lo más barato es el sueldo mensual de un o una dependienta.
Años atrás había unas cuantas librerías bien abastecidas, pero los tiempos han cambiado, ya no se imprimen los clásicos del marxismo-leninismo y la nueva literatura son las tiendas de moda y los cafés con terrazas para el verano. Son caras. Una vez me senté en una de ellas con Yulia y cuando pedimos las consumiciones la regañaron por no pedir lo más caro: total, ¿qué más daba?, estaba claro que iba a pagar yo, el viejo tonto jineteado por una jovencita.
A cambio florecían los castaños alrededor. Y está a punto de abrir Zara y de volver a florecer los castaños.
Era una calle que destrozaron en la segunda guerra mundial. No acabo de tener claro si se la tuvieron que cargar los rusos cuando avanzaba el ejército nazi para retrasar el avance de los tanques alemanes o si fue al revés y fueron los invasores los que lo destrozaron. En cualquier caso se ha reconstruido bastante bien, entre 1976 y 1980, guardando los equilibrios de tamaño entre calzada, aceras y edificios. Lo cierran al tráfico los fines de semana y es una gozada pasear por la carretera.
En medio está la plaza de Maidan de la que ya os he hablado. Y al final, al lado del Arena City, está un mercado, un RINO, donde además de los habituales puestos de frutas, verduras y flores, venden caviar. De dos tipos, rojo, huevas de salmón, y negro, el esturión de toda la vida. No hay precio fijo, aunque a veces sí aparece alguno escrito en cartelitos pero es para disimular y comenzar el regateo. El caviar negro está carísimo para un nativo así que imaginaros par un “guiri” al que hay que sacarle los dólares. Pero bueno, si tienes paciencia y caradura puedes pasearte por los puestos e ir probando diversas variedades, sin comprar ninguna.
El metro comenzó allí en 1960 y allí estaba también la tienda para turistas, el SUM o algo así, reconvertida hoy en Corte Inglés de estética de los sesenta.
Por debajo, además del metro, se estableció después una gran superficie de tiendas de todo tipo. Un kilómetro de consumismo subterráneo.
Y por la calle hay puestecitos donde venden bebidas y bocadillos o entradas de teatro. A veces ponen un escenario y toca algún grupo, otras veces los músicos son ambulantes y callejeros y ponen la gorra. Ya he comentado que los jóvenes la recorren de arriba abajo, como si fuese la calle mayor y los fines de semana de calor me gusta ver el bullicio. No me agobia la gente y las chicas son tan, tan rubias. Como tú.
El metro comenzó allí en 1960 y allí estaba también la tienda para turistas, el SUM o algo así, reconvertida hoy en Corte Inglés de estética de los sesenta.
Por debajo, además del metro, se estableció después una gran superficie de tiendas de todo tipo. Un kilómetro de consumismo subterráneo.
Y por la calle hay puestecitos donde venden bebidas y bocadillos o entradas de teatro. A veces ponen un escenario y toca algún grupo, otras veces los músicos son ambulantes y callejeros y ponen la gorra. Ya he comentado que los jóvenes la recorren de arriba abajo, como si fuese la calle mayor y los fines de semana de calor me gusta ver el bullicio. No me agobia la gente y las chicas son tan, tan rubias. Como tú.
En lo de la estética hay algo de exageración pero a mi profe le gustaba enseñarme sus uñas o los piercing de su ombligo de la misma forma ingenua que se lo enseñaría a su abuelo. De hecho cuando no recordaba algo o no conseguía pronunciar algo me consolaba igual: “No te preocupes: eres viejo y es normal que no te acuerdes.”
Otras veces la he cagado. Ante unos carteles que se veían en el metro con dos barquitos en la playa o dos loritos dándose el piquito deduje que anunciaban una agencia matrimonial cuando lo que realmente decían era “Disponible para publicidad”.

Hay alguno que lleva ácido ascórbico. La idea de añadir vitaminas a las bebidas alcohólicas surgió después de la II Guerra Mundial, pero solo se ha puesto en marcha recientemente cuando además han aparecido marcas nuevas de presentación moderna y original, incluyendo el vodka Pútinka (por el apellido del presidente ruso). El no va más deben ser algunos como el Sibirskaya, 45º, Yubileinaya, 45º, Krepkaya, 56º, o Ojotnichaya, 56º, que tienen una concentración del alcohol superior a los 40 grados estándar.
Así cuenta que conversando con un nacionalista, que “estaba convencido de que su nación contaba por lo menos con diez mil años de existencia, que los ucranianos tenían un vínculo inmediato con las fuerzas cósmicas del bien y que, según la forma del cráneo y de las súperciliares, estaban próximos al 'modelo de ario', a consecuencia de lo cual existía un complot mundial contra ellos, los ejecutores directos del cual eran sus vecinos geográficos más próximos y algunos 'factores étnicos internos compuestos'” nuestro austriaco se ve obligado a interrumpirle “con unas cuantas preguntas embarazosas, a las cuales sólo respondía con una mirada atónita. Le pregunté, digamos, esto: "bueno, si de verdad tenéis una cultura tan antigua y potente, ¿por qué apestan tanto vuestros servicios públicos? ¿Por qué la mayoría de estos lugares parecen basureros putrefactos? ¿Por qué los cascos antiguos de vuestras ciudades se arruinan junto con barrios enteros, por qué se derrumban los balcones, por que no hay luz en los portones y hay tantos cristales rotos bajo vuestros pies? ¿Quién tiene la culpa de todo esto? ¿Los rusos? ¿Los polacos? ¿Otros factores ‘étnicos internos correlativos’? Vale, no os apañáis con las ciudades, pero ¿y con la naturaleza? ¿Por que vuestros campesinos, estos, como decís vosotros, portadores de una tradición civilizada de diez mil años, arrojan obstinadamente toda su mierda directamente a los ríos, y por qué viajando por vuestras montañas uno encuentra más metal abandonado que hierbas medicinales?”
Pero no es la única manera de describir la ciudad ni sus habitantes. No es la única verdad. Así, en otra carta escrita un poco después por el mismo austriaco encontramos un tono totalmente diferente y, seguramente, a pesar de que no puedo leerlo sin sonreírme irónicamente, también cierto: "¿Quién me ha dado derecho a aleccionarles, a advertirles sobre los baches y los dientes de oro? Viven como quieren porque están en su casa, y yo no tengo la razón sólo por el hecho de que soy un viajero. Y lo más importante, lo que no se les puede negar es la cálida acogida con vodka. A grandes rasgos son infinitamente más humanos que nosotros. Y cuando digo más humanos, me refiero a su capacidad de abrirse de repente, de ver un ser íntimo incluso en una persona desconocida. Así, una distancia de 400 o 500 kilómetros que nuestros intercity-express superan en apenas cuatro horas, los trenes de aquí la saben alargar hasta unas trece. Sin embargo, en los compartimentos de sus vagones, deliberadamente incómodos y estrechos, la gente saca comida y bebida, se presenta, comparte cada trozo de pan, se cuenta las cosas más trascendentales, a veces incluso las más íntimas. De todas maneras, la vida es muy corta: ¿por qué apresurarse? Los instantes de conmoción emocional más profunda, cuando inesperadamente tocas la abierta y cálida verdad del vodka, son mucho más importantes que las prisas oficiales y la cortesía reservada y falsa, bajo las cuales sólo existe el vacío y la mutua indiferencia. Me gusta que a veces parezcan una familia gigantesca infinitamente ramificada. Cuando os ofrecen su comida y su vodka y os negáis, se vuelven obstinados, incluso insoportables e intolerantes. Y no creo que sea porque la comida y el vodka sean mucho más baratos aquí que nuestros países, sino porque realmente son gente más sincera y de alma más generosa. Así negarles su agasajo es como privarles del derecho de mutua comprensión. ¡Como difiere todo esto de la atmósfera bien ventilada, esterilizada y cuidada, con una calefacción irreprochable, pero al mismo tiempo privada del verdadero calor humano de nuestros rápidos intercity, con su desfile superficial de sonrisas y el silencio artificial que de vez en cuando interrumpen el clic de los mecheros o en frufrú del papel de aluminio!”
Al volver me encontré con mi nueva vida, ya casi rutinaria:
Tanta tele arruina mis lecturas. Acantilado, que bella editorial, está traduciendo a un escritor ucraniano, Andrujovich, que aunque no me acaba de convencer leo con fruición porque como dice Amos Oz:

Me temo que esta explicación es demasiado benigna y soslaya el papel de la represión y que la despolitización es también el producto del miedo y la dictadura: pensemos en la España franquista. Y, además, embellece la URSS como ámbito de convivencia multirracial. Ya entonces, los predecesores de la KGB establecieron un rígido sistema de pasaportes que dividía a la población en grupos con diferentes derechos y privilegios. En el pasaporte figuraba la filiación del ciudadano, la etnia a la que pertenecía, las inscripciones del registro civil y, desde 1932, el permiso de residencia, que restringía la libre elección del lugar de residencia y de trabajo. Lo cuenta muy bien Grossman en uno de los primeros capítulos de su gigantesca “Vida y Destino” cuando describe los kafkianos problemas de una joven que trabaja para un organismo “paragubernamental” para obtener el permiso de residencia.
Aunque no tienen mucha visibilidad y son difíciles de encontrar porque no sabemos leer las inscripciones en ucraniano, hay varios museos. En la calle paralela a Joriva, siempre a la izquierda, está el Museo de los Hetmanes. Hetman es una palabra de origen alemán que debe querer significar hombre principal o jefe. En español me parece que se dice Ataman. Son los caudillos cosacos que, para mi sorpresa, eran elegidos y, en su caso, destituidos democráticamente por toda la colectividad. El retrato de algunos de los jefes está en los billetes de 5 y 10 hryvnias. En éste como en otros museos no encontrareis carteles ni explicaciones en inglés pero siempre habrá una mujer dispuesta que te acompañará y explicará todo con su mejor voluntad, aunque en ucraniano. En el jardín hay estatuas como de hadas o algo así.

Cuando el lunes conté lo estúpido que fui al Cónsul, este me explico que con él también lo intentaron pero sin éxito. Y que, tras negarse a sacar la billetera, apareció un tercer compinche con una insignia como de poli (aunque si hubiera sido de socio del Dínamo, ¿quien se habría dado cuenta?) y le pidió que le enseñase la cartera. Mi cónsul volvió a negarse mostrando a su vez su tarjeta de diplomático con inmunidad. Reconozco que si yo me hubiese librado en el primer intento habría caído en el segundo a pesar de disfrutar de la misma tarjeta.
¿Existe diferencia entre nazismo y estalinismo? Primo Levi creía que sí y la explicaba en “Si esto es un hombre”: “La diferencia principal consiste en la finalidad. Los lager alemanes constituyen algo único en la no obstante sangrienta historia de la humanidad; al viejo fin de eliminar o aterrorizar al adversario político, unían un fin moderno y monstruoso, el de borrar del mundo pueblos y culturas enteros. Los campos soviéticos no eran, desde luego, sitios en los que la estancia sea agradable, pero no se buscaba expresamente en ellos, ni siquiera en los más oscuros años del estalinismo, la muerte de los prisioneros; ésta era un subproducto debido al hambre, al frío, las infecciones, el cansancio. En los lager alemanes se entraba para no salir: ningún otro fin estaba previsto más que la muerte. En cambio, en los campos soviéticos siempre existió un término: en la época de Stalin los “culpables” eran condenados a veces a penas larguísimas (incluso a quince o veinte años) con espantosa liviandaz, pero subsistía una esperanza de libertad, por leve que fuera.”
¿Me pongo lúgubre, solemne, doctrinario? Lo siento. Es que cuesta ajustar cuentas con el pasado de uno. (Y ahora que me pagan como un rico, lamento no haber militado en el PP. Con lo bien que empecé estudiando en los agustinos).


Intenté que me ayudase a alquilar piso pero el mercado inmobiliario es demasiado cruel para ella. Internet o la televisión por cable, demasiado técnico. Las noticias laborales, demasiado lejanas. Así que me acompaña para comprar algo más barato, hacer algunas gestiones donde no se habla inglés o enseñarme los nombres de la ciudad. Tampoco mucho porque la ciudad de los “guiris”, la ciudad céntrica y cara, no es su hábitat natural y hay múltiples sitios donde no ha entrado nunca. Teníais que haber visto su cara, sonrojada, de felicidad cuando coincidió en una cafetería –biblioteca con un cantante ucraniano de moda.