lunes, 5 de enero de 2009

Podol (noviembre 2007)


Paseos por la ciudad (4)



Vivo en un barrio que se llama Podol o algo así. Debió ser un barrio judío y dicen que todavía se nota en el nombre de algunas calles. A mi no me consta aunque hay un barecito donde sirven comida kosher, con una muñeco de cartón, del tamaño de una persona, con una gran nariz contando dineros que si no fuera políticamente incorrecto diría que es judío… ¡Joder, cuanta sutileza para un país en el que también se produjeron horribles matanzas de judíos!

Podol está rodeado por tres colinas y se abre al río y al puerto fluvial. Por eso hace más calor y más humedad. Veremos en invierno. Ahora es un barrio tranquilo y con encanto.

Los edificios no son muy altos, tres o cuatro pisos, y predomina el neobarroco y el art deco. Las casas son bonitas aunque descuidadas y suelen tener patios interiores amplios. Por la parte que yo no frecuento hay fábricas y huele a cebada, a levadura, a gasolina, a farmacia…

La animación en la parte del barrio que sí frecuento está alrededor del puerto, de la antigua plaza roja y de la calle más turística, Petró Sagaydachniy, que une esa plaza con el puerto, con la Plaza de Correos y con el funicular que sube a la ciudad alta. Es una calle de edificios bonitos y bares con terraza que disfruta de una pastelería golosa y de un Sportbar donde vi “ganar la liga al peor Madrid de los últimos tiempos”.



En el puerto del río están atracados barcos de todo tipo y calaña. Hay varios barcos que son restaurantes y no se mueven. Uno, georgiano, al que me llevó a comer el embajador el primer día; otro con muñecos piratas a la puerta; un grill, que sí navega; uno chino que naturalmente se llama Mandarín. En este barco hay además un casino, un karaoke y la única discoteca, Exótica, a la que he entrado. Aunque tenía pinta de ser lupanal de la mafia local a la hora que yo llegué no había casi nadie y solo empezó a animarse cuando me moría de sueño y me largaba. En la disco había dos o tres veces más chicas que chicos pero de las que me tiene prohibido el médico: menores de treinta. Al ladito está una iglesita que, como todas las marineras, se llama de santaalgo “de las aguas”.

A partir de la dársena once, otros barcos te llevan a recorrer el río, desde cruceros de varios días al mar Negro hasta paseos de una hora por 25 hryvnias., cuatro euros.

En una esquina del puerto hay varios kioscos, otro karaoke, éste al aire libre, un tiro al blanco, las toilets, un bar con música en directo y pista de baile que dura hasta las tantas… y el bullicio lo invade desde el atardecer. Me gusta verlo.
A la entrada del puerto está el viejo edificio de Correos que da nombre a otra plaza y a la estación de metro. Y el funicular que te sube hasta un jardín que hay en la ciudad alta, detrás de la Iglesia de San Miguel, un excelente mirador del río y del puerto fluvial. Frente al funicular, otra iglesia, la de la navidad, donde fueron velados los restos del poeta ucraniano, que dicen que es algo así como el Cervantes de acá, Taras Shevchenko.

Pero a mi no me engañan. Pues no soy yo leído. Ese ni es poeta ni está muerto, juega en el Chelsea y su camiseta con el 7 se vende en todos los puestos ambulantes.

Mas allá, un puente peatonal cruza hasta la otra orilla. Realmente cruza hasta una isla que hay entre las dos riberas, donde la gente toma el sol. Y algunos, osados, se bañaban. Ya he dicho que el agua está demasiado sucia para un “guiri” melindroso. Ahora en otoño la cubre una alfombra de hojas. Enfrente del puente una escalera te lleva monte arriba a la ciudad alta.

La plaza roja del periodo soviético es ahora la Plaza de la Contratación (Kontractovaya Ploschad) porque las ferias de Kiev se celebraban aquí. Ya entonces el precio de los hoteles subían enormemente y la gente más pobre se quedaba a pernoctar en la fuente de Sansón que, por lo visto, ya era conocida en el mundo entero antes de que fuese asaltada este año por el madridismo del ex telón de acero. Decía una leyenda que quien bebía de su agua se quedaba para siempre en Kiev. A mi no me extrañaría que fuese verdad porque el agua tiene un color verde sospechoso. En sus cuatro columnas hay, además, un reloj de sol.

La plaza está en un gran espacio abierto donde se juntan otras varias plazas menores.

Por un lado, esta la Terminal de Autobuses y tranvías, al lado de la estación del metro. Los autobuses son pequeños, amarillos y viejos. Los tranvías, como el funicular, suelen estar conducidos por mujeres. La Terminal es un lugar sucio y animado, con pequeños kioscos y donde por la noche unos estudiantes tocan música o hacen malabares. Lo peor es el olor y las aceras llenas de desperdicios. Tiene bemoles que después de años de educar en lo colectivo, ahora nadie cuide los espacios públicos. El oficial de comunicaciones dice que eso del sentido colectivo era un mito para occidente. Que aquí la filosofía era: “lo mío es mío y lo tuyo de los dos”. Cuenta que en los primeros años del postsocialismo se vendían en los mercados bombillas fundidas. ¿Para qué quiere alguien, que no sea faquir, bombillas fundidas? Parece ser que las cambiaban en las fábricas o en las oficinas por las bombillas que funcionaban y se llevaban a casa las buenas.

En la plaza principal está la Casa de los Contratos. Dentro hay un patio, con un pequeño bar ajardinado y enfrente la estatua de un filósofo, Gregory Skovoroda, del que nunca había oído hablar y que no sé si está traducido al castellano. Su retrato está colocado en el billete de 500 hryvnias, que es el de mayor valor en circulación en Ucrania. Parece que fundó una línea eslava de pensamiento que no debió tener mucho éxito porque nunca ganaron la Copa de Europa. En el otro lado de la plaza está la antigua academia militar, que hoy es un centro de la universidad, centro de arte contemporáneo y sala de conciertos. Dentro hay otro reloj de sol de 1820 pero yo nunca he sabido con exactitud como funcionan y la iglesia de la anunciación. A su lado, un selfservice para estudiantes (Akademia) con sillas de madera donde se puede comer barato. Cuatro euros con cerveza de medio litro. Cerca, en otra esquina, hay otro selfservice barato y concurrido. Los selfservice son muy útiles para “guiris” porque puedes ver la comida y basta con señalar para que te la traigan.

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