lunes, 5 de enero de 2009

el otoño 2007

El árbol que me observa mientras me ducho ha pasado ya por todos los colores del otoño. Amarillos, ocres y rojizos han acompañado mis despertares. Hoy volvía al rosa. Y cada día lo observo con aprensión, esperando el momento en que empiece a caerse la hoja y lleguen las heladas. La semana pasada parecía que llegaba el invierno y nos pusimos a tres y cuatro grados. Luego ha llegado el veranillo de san “lo que sea” y hemos vuelto a los catorce o quince grados. Pero me da que el otoño va ser corto y preparo ya mis avíos invernales. Me he comprado un abrigo de piel y un gorro ruso con orejeras. Parece ser que las orejeras son imprescindibles sobre todo para los extranjeros que no estamos acostumbrados al frío. Que me perdonen los ecologistas pero estoy deseando que el efecto invernadero no sea un mito.

Como Kiev es una ciudad verde el otoño le ha cambiado el color. Y también ha resultado bella vestida de rojos y marrones.
Tras el descanso estival ha recomenzado la temporada operística: La Traviata, Madame Buterfly, Carmen, El Barbero de Sevilla, me están, te están, esperando.

He disfrutado de mi primera fiesta nacional. Aunque la embajada cerraba, no pude irme de puente porque tenía que participar en el ágape que se ofrecía a los residentes españoles y a las representaciones diplomáticas extranjeras. Mirad la foto, sí, el del chaleco, traje de Valentino, camisa y corbata de Caramelo y zapatos casi de charol soy yo. RB estaría orgulloso de mi. Es verdad que hasta hace poco yo creía que Valentino era un actor antiguo y argentino y en la cuestión de dulces me había quedado en los sugus y el chupa chups, pero mis asesoras de imagen están aumentando mi cultura y disminuyendo mis ahorros. El gusto, sin embargo, no lo mejoran y, como improvisé un poco sobre las recomendaciones recibidas, (camisa violeta, corbata de rombos chiquititos de tonos azulados) todavía hoy estoy pensando, mirando al cónsul, que yo iba tan oscuro que parecía de la mafia calabresa. Una de las asesoras, de buena familia de toda la vida, me ha quitado el alfiler de corbata porque dice que es una horterada y me ha impuesto los zapatos con cordones.

Y sí, estamos de besamanos o como quiera que se llame a esa extraña ceremonia en la que nos ponemos en fila media docena de representantes españoles mientras iban pasando y saludando todos los invitados a la fiesta. Gente que ni me conoce ni me va a conocer en la vida, me saludaba afectuosamente mientras me felicitaba. Eso sí, es la primera vez que no tengo que mariposear por toda la fiesta para investigar quiénes son las chicas bonitas. Todas me saludaron en los primeros 15 minutos. Con el mismo éxito de siempre.

El primero de la fila es el embajador. Delante de la columna está su mujer. A su derecha la segunda jefatura y, de blanco, el cónsul. A mi derecha la agregada comercial y mi poli, Antonio, con uniforme de gala y medallas. Esta foto tengo que enviársela a mi madre para que sustituya la que tiene mía en su cómoda que se ha quedado un poco antigua. Es en la que llevo traje de primera comunión.

Como una vez más, una imagen vale por mil palabras, os dejo que saboreéis mi metamorfosis, aunque no creo que Kafka pensase en la diplomacia cuando escribió su librito.

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