jueves, 10 de septiembre de 2009

PRESO DE/POR AMOR (POR TI NATURALMENTE)

Estoy en LVIV (o Lvov o Lemberg). En el café Mazokh. (Pronunciese Masok). Resulta que el escritor Leopold Sacher von Masoch, de antepasados españoles y antecesor de Marianne Faithfull, era de por aquí. No lo he leído pero después de una mañana de iglesias, ¡cuantas iglesias en esta ciudad!, tuvo su gracia recibir un latigazo de una amazona rubia.

martes, 5 de mayo de 2009

Sefarad


SIGO PERRO. Bordeando, sin motivo alguno, puedo jurarlo, el estado depresivo. Será por el 2-6? será porque sigo sin ligar con ucranianas? o porque llevo fatal lo de la diplomacia y me aburre la burocracia?


Así que recurro a un texto de Muñoz Molina que pensaba colocar en alguna de mis crónicas de Kiev.

Y aunque pudiese ser verdad que "al viajar uno puede convertirse en otro", yo aquí no puedo escaparme de mi sombra y sigo siendo el mismo Peter Pan pringado. Espero, al menos, regresar habiendo aprendido algo.


"A veces, en el curso de un viaje, se escuchan y se cuentan historias de viajes. Parece que al partir el recuerdo de viajes anteriores se vuelve más vivo, y también que uno escucha y agradece más las historias que le cuentan, paréntesis de valiosas palabras en el interior del otro paréntesis temporal del viaje. Quien viaja puede permanecer en un silencio que será misterioso para los desconocidos que se fijen en él o ceder sin peligro a la tentación de conversar y de volverse embustero, de mejorar un episodio de su vida al contárselo a alguien a quien no verá nunca más. No creo que sea verdad eso que dicen, que al viajar uno puede convertirse en otro: lo que sucede es que uno se aligera de sí mismo, de sus obligaciones y de su pasado, igual que reduce todo lo que posee a las pocas cosas necesarias para su equipaje. La parte más onerosa de nuestra identidad se sostiene sobre lo que los demás saben o piensan de nosotros. Nos miran y sabemos que saben, y en silencio nos fuerzan a ser lo que esperan que seamos, a actuar en cumplimiento de ciertos hábitos que nuestros actos anteriores han establecido, o de sospechas que nosotros no tenemos conciencia de haber despertado. Nos miran y no sabemos a quién pueden estar viendo en nosotros, qué inventan o deciden que somos. Para quien se encuentra contigo en el tren de un país extranjero no es más que un desconocido que sólo existe circunscrito al presente. Una mujer y un hombre se miran con una punzada de intriga y deseo al acomodarse el uno frente al otro en un tren: en ese momento están tan despojados de ayer y de mañana y de nombre como Adán y Eva al mirarse por primera vez en el Edén. Un hombre flaco y serio, de pelo corto y muy negro, de ojos grandes y oscuros, sube al tren en la estación de Praga y tal vez procura no cruzar su mirada con la de los otros pasajeros que van entrando en el mismo vagón, algunos de los cuales lo examina con recelo y decide que debe de ser judío. Tiene las manos largas y pálidas, lee un libro o se queda ausente mirando por la ventanilla, de vez en cuando sufre un golpe de tos seca y se cubre la boca con un pañuelo blanco que desliza luego casi furtivamente en un bolsillo. Cuando el tren se acerca a la frontera recién inventada entre Checoslovaquia y Austria el hombre guarda el libro y busca con cierto nerviosismo sus documentos y al llegar a la estación de Gmund se asoma enseguida al andén, como esperando ver a alguien en la solitaria oscuridad de esa hora de la noche.
Nadie sabe quién es. Si viajas sólo en un tren o caminas por una calle de una ciudad en la que nadie se conoce no eres nadie: nadie puede averiguar tu angustia, ni el motivo de tu nerviosismo mientras aguardas en el café de la estación, aunque tal vez sí el nombre de tu enfermedad, cuando observan tu palidez y escuchan el ruido de sus bronquios, cuando advierte el disimulo con que vuelves a guardar el pañuelo con el que te has tapado la boca. Pero al viajar siento que no peso, que me vuelvo invisible, que no soy nadie y puedo ser cualquiera, y esa ligereza de espíritu se trasluce en los movimientos de mi cuerpo, y voy más rápido, más desenvuelto, sin la pesadumbre de todo lo que soy, con los ojos abiertos a las incitaciones de una ciudad o de un paisaje, de una lengua que disfrutó comprendiendo y hablando, ahora más hermosa porque no es la mía. Habla Montaigne de un presuntuoso que ha vuelto de un viaje sin aprender nada: cómo iba a aprender, dice, si se llevó entero consigo."

Antonio Muñoz Molina, en Sefarad.

lunes, 2 de marzo de 2009

La comida


De lo que más te preguntan cuando regresas a Madrid es de la comida. Reconozco que yo soy un tragaldabas y que como bastante y de todo. Es la ansiedad. O que a esta edad no está uno para desperdiciar ningún placer.

Hay varias cosas que me gustan de los restaurantes ucranianos. Primero, que no tienen horarios limitados para comidas o cenas. Abren de 11 a 23 y tú puedes entrar en ellos a cualquier hora y pedir de comer o tomarte un café. Su decoración es en plan temático y lo mismo te encuentras en un barco pirata que en el salvaje oeste. Y en todos encuentras un perchero o un guardarropa donde dejar los abrigos, gorros y paraguas. En verano, además, cuando refresca por la noche, te ofrecen en las terrazas una manta que puedes echarte por los hombros.

Hay varios autoservicios de comida típica ucraniana donde puedes ver lo que quieres y señalarlo. Son cadenas baratas como Drova o Puzata Jata.

Ucrania era llamada el granero de Europa, la enorme cesta de pan de Europa. Es un país sin apenas colinas, de llanuras amarillas de trigo y de centeno. A mí el cereal típico, que se usa como guarnición, me recuerda al arroz integral aunque solo en la apariencia de cereal descasquillado a medias. Se llama algo así como “grechca”.


En su "Viaje a Rusia" se nota que Steinbeck comió a lo grande en Ucrania:"Al fin estuvo preparada la comida. Borscht ucraniano, que es una comida por sí solo, y huevos bien fritos con tocino, tomates frescos y pepinos frescos y cebollas cortadas, y las tortas planas calientes de dulce centeno, y miel, y fruta, y salchichas, todo en la mesa la vez . Y entonces el anfitrión relleno los vasos compuesta de pimienta, un tipo de vodka en el que se han introducido a remojo granos de pimienta para que tenga un gusto aromático".
Acompañan la comida con pan de centeno. Hay también una bebida barata que se llama kvas y se hace fermentando ese pan negro. Steinbeck señala que al subir a un avión: “había un desconcertante olor a levadura que no pude identificar durante algún tiempo. Es el olor del pan negro de centeno en el aliento de la gente. Y al rato, cuando tú mismo comes el pan, te acostumbras a él, y ya ni siquiera lo hueles.”

Ya he mencionado algunas de las comidas que me gustan como el potaje típico, Borscht, normalmente de color rojo, por la remolacha y que es cierto que es ya una comida por si solo pues lleva cebolla, pimiento, zanahoria, patata, col, carne. Suelen echarle "smetana", una especie de crema agria, que se le echa a casi todo, como si fuese mayonesa.

Una sopa fria que está también rica y refrescante es la “acroshca”, que se hace con muchos vegetales: perejil, cebolla verde, patatas, pepinos, rábanos, jugo de limón, smetana y kefir.

Toman muchas ensaladas o ensaladillas, entre ellas la típica rusa, que ya he comentado que aquí llaman “Olivier”. Hay una que a mi me gusta mucho y que llaman “shuba”, abrigo, porque es como una ensaladilla con remolacha que cubre unos trozos de arenque (“selodka”).

En cuanto a las pastas son muy típicas los “varenikis” y los “pelmeni”. Yo no los diferencio muy bien, son como raviolis rellenos de diferentes cosas, y los que saben dicen que los varenikis suelen ir rellenos de puré de patata u alguna verdura frita previamente, mientras que los pelmeni siempre son de carne y la masa es mas fina.

Se usa una gran cantidad de aceite de girasol. Y disfrutan de distintos tipos de tocino, “salo”.

Y en cuanto a las carnes recomendaría tres: el pollo a la Kiev, que se puede ver en las cartas de los restaurantes anglosajones y que consiste en un enrollado de pollo empanado que tiene como relleno mantequilla y queso; las “catlieti” que tienen pinta de filetes rusos y que es carne picada, con pequeñas cantidades de pan y leche, (sin embargo durante la época soviética se decía con ironía al hablar de este platoen el que cada vez había menos carne que “el pan es nuestra riqueza”); y unos filetes horneados y cubiertos de queso y champiñón.

Las cervezas son grandes hasta el punto de que uno entiende porque nosotros hablamos de cañitas. Aquí el tamaño pequeño es de 33 cl. También beben zumos naturales y yo me he aficionada al de manzana y zanahoria y al “usbar” que hacen con frutos secos.

Y acabare este rápido repaso gastronomico citando un brindis en ucraniano que le enseñaron también a Steinbeck en Ucrania y le gustó: “Bebamos para hacer felices a la gente de nuestra casa”.

viernes, 30 de enero de 2009

El gas y la mafia (enero 2009)

Leo casi divertido las noticias contradictorias sobre el conflicto del gas: que si te lo corto; que si ya hay acuerdo; que si añado mis reservas; que si así, no; que bueno, que adelante; ay, que ahora hay un problema técnico; etc. Si una chica me mete en una estrategia de negociación tan cansina abandono enseguida.

Pese a todo este lío estuve tranquilo: contra todo pronóstico y las noticias de la prensa tenía gas y, de creer a mis vecinos, no hay peligro de que me quede sin él porque en este barrio viven varios ministros y diputados. Porque ya mencioné en otra ocasión que aquí el gas es colectivo, debe ser lo único colectivo que les queda, y se enciende y apaga para todo el barrio, y casi para toda la ciudad, con idéntica temperatura.

El 20 de enero aparecieron Putin y Tymoshenko anunciando el enésimo acuerdo. El 22 la portada del Ukrainian Journal, una newsletter diaria en inglés, lleva estos titulares en portada: “Ucrania envuelta en otra controversia sobre el gas”, “La Primera Ministra cuestiona el poder del Consejo de Seguridad, controlado por el Presidente, para cambiar el acuerdo del gas ruso”, “Los servicios de inteligencia checos, que presiden la Unión Europea, creen que se repetirá pronto la disputa del gas entre Ucrania y Rusia” y “Automóvil de un juez ucraniano encontrado cerca de Kiev con un cuerpo quemado dentro”.

Si esto fuera una novela policíaca, el cadáver quemado sería la explicación de tanta pelea doméstica por el gas. Como es un diario me limitaré a suponer que una de las claves de todo el jaleo, que una Europa desunida, con espías checos o sin ellos, tiene que aguantar, debe estar en la mafia del gas. Últimamente, la mafia está de moda de nuevo pero me dicen que ahora, gracias a “Gomorra”, película y libro, la moda está lejos de esa concepción romántica que fomentaban películas como “El Padrino” o series como “Los Soprano”, y aparece vestida con sus verdaderos atuendos de salvajismo, matonismo y criminalidad. El año pasado Cronenberg retrató la mafia rusa en “Promesas del este”, peli que recomiendo.

Aquí, en cuanto te pones unas gafas de sol te dicen que eres de la mafia, como bromeando, y hay una verdadera moda de cristales tintados en los coches y todos los que son, y todos los que quieren aparentar algo, tienen visibles guardaespaldas.

Hace unos días una empresa española finalizó su relación contractual con un proveedor ucraniano y la sustituyó por otro. El nuevo ha recibido la visita del anterior y le ha advertido de que le vigilará y denunciará a la primera de cambio. Forastero, este era mi territorio y has cometido un error metiéndote en él aunque ofrezcas mejor precio y servicio. Y es que a veces se le ven mucho las manos invisibles, y hasta los puños, al mercado ese.

Otro día intentaré acercarme al papel de las mafias en la construcción del capitalismo del salvaje Este, ahora voy a intentar explicar los mecanismos que utilizan en el gas tanto los rusos como los de aquí, que convierten esto en un negocio para ambos bandos por lo que no les conviene, creo, que la sangre llegue al río. Misha Glenny ya relataba, en el libro que me recomendó J.G., “Mac Mafia; el crimen sin fronteras”, como funcionaba el mecanismo. Si vendes una cosa en un sitio a precio de favor, por debajo del precio de mercado, nada impide al comprador listillo de turno, bien colocado, revenderlo a precios de mercado en otros sitios. Glenny lo explica con el ejemplo del llamado escándalo del combustible para calefacción

Parece ser que los proveedores ucranianos y rumanos de gasóleo para calefacción destinado a Hungría, Eslovaquia y la República Checa estaban exentos del pago de impuestos sobre su producto, por lo que era considerablemente más económico que el combustible para vehículos motorizados. Pero una vez que la mercancía cruzaba la frontera, las bandas aplicaban un tratamiento químico sencillo al combustible que lo hacía apto para el consumo de los vehículos. Luego se vendía a gasolineras, pero los gángsters se quedaban con el porcentaje correspondiente a impuestos.

En el caso del gas ni siquiera hace falta el tratamiento químico: con desviar parte de lo que llega a Ucrania a precio “político” al mercado mundial, alguien se forra. Según Global Witness en su informe en inglés: “Es gas. Divertidos negocios en el comercio de gas entre Ucrania y Turkmenistan” que fue elaborado a mediados de 2006 con ocasión del anterior conflicto del gas entre Rusia y Ucrania y que se encuentra en
http://www.globalwitness.org/media_library_detail.php/479/en/its_a_gas._funny_business_in_the_turkmen_ukraine_g los que se forran son, como siempre, los intermediarios, necesarios o no. Así en el año 2002 se formó una compañía en un pueblecito perdido de Hungría, Eural Trans Gas, para acogerse a las ventajas que se ofrecían a las nuevas sociedades, por ejemplo, una exención casi total del pago de impuestos. Los conglomerados del gas natural ruso y ucraniano (Gazprom y Naftohaz Ukrainy) forman esa empresa pero sus accionistas nominales son una actriz en paro, una enfermera y su novio informático. El cuarto accionista, sin embargo, es el abogado israelí de un capo mafioso ruso. Esta empresa, en lugar de pagar un 18% en impuestos, sólo tendría que cotizar un 3% hasta el 2005. Un ahorro fiscal legal, ciertamente. Pero entonces se pregunta Global Witness ¿por qué Gazprom y Naftohaz Ukrainy negaban de plano ser propietarios de la empresa? ¿Por qué subcontratar una tarea que ellas mismas podrían haber hecho sin problemas? ¿Y por qué regalaban los frutos de estos ingresos a una minúscula empresa de un pueblecito húngaro, en lugar de disponer de ellos y brindárselos a sus accionistas? Este tinglado empresarial es continuado ahora por RosUkrEnergo, una empresa registrada en Suiza y cuyos accionistas son Gazprom y dos oligarcas ucranianos, que, según el propio Glenny, “no lleva a cabo ninguna actividad real, salvo comprar el gas a Gazprom en la frontera rusa y venderlo a la ucraniana Naftohaz. De esa operación obtiene una comisión importante”. Parece ser que la comisión es “en especie", pues obtienen un 20% del gas que venden y que, a su vez, ellos revenden al mundo, ahora ya sin precios de favor.
Uno de los acuerdos de Putin y Tymoshenko ha sido acabar el contrato con esta empresa.
Sin embargo, "un tinglado así sólo puede funcionar si cuenta con el apoyo total de los directivos ucranianos y rusos del gas. Además necesita la protección de los estados rusos y ucranianos. Resulta difícil constatar si se trata de un caso de corrupción a gran escala o de pura delincuencia, o del límite entre una cosa y la otra. Lo que demuestra más allá de toda duda, sin embargo, es que cuando una banda mafiosa convence a un estado poderoso para que consienta sus actividades o coopere con ellas, ha descubierto la palabra mágica que abre la entrada de la cueva de Aladino. Pues ningún mafioso prospera tanto como el que disfruta del apoyo estatal.”

Quizás esa participación de políticos y funcionarios a gran escala, esa complicidad del Estado, sea lo que la diferencia de la corrupción en España porque ¿no se hablaba estos días en España de un fraude de quienes recibían subvenciones para placas solares en la misma CC.AA. donde se produjo el fraude del lino? Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.

lunes, 5 de enero de 2009

Kreschaty (marzo 2008)

Paseos por la ciudad (6)

La calle principal de Kiev, que algunos comparan con los Campos Eliseos parisinos es Kreschaty. Yo creo que todas las ciudades acaban comparándose con París. Al menos recuerdo dos que sus habitantes definen como “el pequeño Paris”: Budapest y Ourense. Y lo de Ourense, M, no sé porqué.

Kreschaty es, pues, una gran avenida de entre uno y dos kilómetros que une la Filarmónica, donde escuchar conciertos de música clásica, con el Arena City, una especie de centro de entretenimiento que a mi me parece el lugar más caro de la ciudad, con un centro comercial para la jet donde, si quieres comprar algo, lo más barato es el sueldo mensual de un o una dependienta.

Años atrás había unas cuantas librerías bien abastecidas, pero los tiempos han cambiado, ya no se imprimen los clásicos del marxismo-leninismo y la nueva literatura son las tiendas de moda y los cafés con terrazas para el verano. Son caras. Una vez me senté en una de ellas con Yulia y cuando pedimos las consumiciones la regañaron por no pedir lo más caro: total, ¿qué más daba?, estaba claro que iba a pagar yo, el viejo tonto jineteado por una jovencita.

A cambio florecían los castaños alrededor. Y está a punto de abrir Zara y de volver a florecer los castaños.

Era una calle que destrozaron en la segunda guerra mundial. No acabo de tener claro si se la tuvieron que cargar los rusos cuando avanzaba el ejército nazi para retrasar el avance de los tanques alemanes o si fue al revés y fueron los invasores los que lo destrozaron. En cualquier caso se ha reconstruido bastante bien, entre 1976 y 1980, guardando los equilibrios de tamaño entre calzada, aceras y edificios. Lo cierran al tráfico los fines de semana y es una gozada pasear por la carretera.


En medio está la plaza de Maidan de la que ya os he hablado. Y al final, al lado del Arena City, está un mercado, un RINO, donde además de los habituales puestos de frutas, verduras y flores, venden caviar. De dos tipos, rojo, huevas de salmón, y negro, el esturión de toda la vida. No hay precio fijo, aunque a veces sí aparece alguno escrito en cartelitos pero es para disimular y comenzar el regateo. El caviar negro está carísimo para un nativo así que imaginaros par un “guiri” al que hay que sacarle los dólares. Pero bueno, si tienes paciencia y caradura puedes pasearte por los puestos e ir probando diversas variedades, sin comprar ninguna.

El metro comenzó allí en 1960 y allí estaba también la tienda para turistas, el SUM o algo así, reconvertida hoy en Corte Inglés de estética de los sesenta.

Por debajo, además del metro, se estableció después una gran superficie de tiendas de todo tipo. Un kilómetro de consumismo subterráneo.

Y por la calle hay puestecitos donde venden bebidas y bocadillos o entradas de teatro. A veces ponen un escenario y toca algún grupo, otras veces los músicos son ambulantes y callejeros y ponen la gorra. Ya he comentado que los jóvenes la recorren de arriba abajo, como si fuese la calle mayor y los fines de semana de calor me gusta ver el bullicio. No me agobia la gente y las chicas son tan, tan rubias. Como tú.

el ruso (marzo 2008)

Hace ya tres meses que abandoné mis clases de ruso. En honor a la verdad me abandonaron ellas, como siempre, pero, como siempre, parece, pero solo lo parece, lo prometo, que yo no me esforcé mucho para que se quedasen.

Resulta que la Embajada contrató a mi profe, arriba, a la izquierda del de la sonrisa de bobo, como secretaria del 2º jefe y ya no tenía tiempo para darme las clases. En un principio me pidió que no contratase a otra u otro profesor por si podía compaginarlo pero al final no pudo. Y mientras tanto yo perdí todos los incentivos y buenas voluntades.

Las clases eran divertidas.


Muchas clases las perdíamos charlando. Ivanka me hablaba sobre su manera de ver el mundo sabiendo desde el principio que yo no lo iba a entender. Me decía: “Yo no hablo de esto con las españolas, para las españolas yo soy una rubia tonta”. “Los derechos son polvo y diez pasos para atrás. Los derechos no se comen, no alimentan”. “El marido tiene la responsabilidad de la protección familiar.”Y su discurso me remontaba a la España de hace 50 años que parece revitalizarse en nuestro país con la llegada de la emigración: es una reivindicación de la dependencia. Una amiga dice que el dumping no se produce solo en los salarios sino también en lo afectivo. No es culpa suya pero quienes llegan a Occidente no solo son trabajadores en situación de indefensión, sin cultura reivindicativa ni conciencia de sus derechos, sino también mujeres con una sentimentalidad de culebrón que no han vivido las luchas de las mujeres por la igualdad. Y a los hombres les encanta.

Como dice Andrujivich en “Doce anillos”: “Son unas tías estupendas, bromeaba uno de los conocidos del austriaco, cuyo nombre no tiene aquí ninguna importancia, tienen el sex appeal de las putas y no están corrompidas por el feminismo.” En lo de la estética hay algo de exageración pero a mi profe le gustaba enseñarme sus uñas o los piercing de su ombligo de la misma forma ingenua que se lo enseñaría a su abuelo. De hecho cuando no recordaba algo o no conseguía pronunciar algo me consolaba igual: “No te preocupes: eres viejo y es normal que no te acuerdes.”
El ruso es complicado con sus consonantes débiles, su alfabeto cirílico y sus declinaciones. Además para mi es complicado cualquier idioma porque mi oído musical es pésimo. Y, digo yo, que algo tendrá que ver.

¿Se puede sobrevivir nueve meses sin hablar ruso? Se puede; con una docena de palabras en ruso (adno piva ochin jalodnaye”: una cerveza muy fría), un poco de sentido común, algo de inglés y un intérprete, en vivo o a través del móvil, en los momentos más complicados.

En la embajada no necesitas el ruso, en los supermercados tampoco, en los restaurantes encuentras la carta en inglés. Las ucranianas no te hacen ni caso. Y te dejas llevar por la comodidad.

Y además, qué cuernos, que el lenguaje es también el contexto, imaginación y atención. Si al intentar entrar en un bar a las diez menos diez te sueltan una parrafada mirando el reloj entiendes que dice “Perdone pero cerramos a las diez”. Si la cajera del banco o del supermercado te suelta otra parrafada en la que entiendes una cifra seguido de la palabra “grivna” entiendes que te esta preguntando si tienes algo suelto; etc. Yo hasta he interpretado un cartel electoral en el que ponía la palabra “políticos” y se veía a Yanucovich siendo besado en la mano por un elector y a Yulia Timoschenko en cambio, besando a una niña: “No todos los políticos son iguales”.
Otras veces la he cagado. Ante unos carteles que se veían en el metro con dos barquitos en la playa o dos loritos dándose el piquito deduje que anunciaban una agencia matrimonial cuando lo que realmente decían era “Disponible para publicidad”.

el vodka, ese liquido infernal (febrero 2008)


"...estaba a esa altura del vodka
en que la noche empieza a ponerse magnánima, todo le juraba fidelidad y esperanza."
Cortazar en Rayuela
El otro día me invitaron a una merienda-cena. M., una de las ucranianas de la embajada, celebraba su cumpleaños en un restaurante que hay a cien metros de mi casa, adornado con fotos que muestran calles y plazas de Kiev como eran hace años y como se ven ahora y donde hay música melódica en directo. Una cantante acompañada de su marido al teclado.

Cuando llego ya hay unas diez personas sentadas, comiendo. Lo primero que hacen es ponerme un chupito de vodka delante y pedirme un brindis. Un brindis ucraniano no se salda con un “¡salud!” o “¡por nosotros!” o “nasdarobia”, no. Un brindis ucraniano exige un pequeño discurso que ha de parecer improvisado y emotivo. Después del brindis hay que beberse el chupito de un trago como en las películas aunque no hay que tirar el vaso por la espalda. (Para eso es mejor tener vasitos de plástico o cartón y aplastarlos o arrojarlos después de cada trago).

Este rito se repite al menos tantas veces como personas hay en el cumpleaños pues nadie se libra de hacer un brindis y brindar con cualquier otra cosa que no sea vodka está mal visto. Todo el mundo tiene que brindar y no puedes hacer el desaire de no beber con alguno. Esa tarde me echo al colate 14 chupitos.

Durante el almuerzo bebo agua o coca cola pero imaginaros como debieron acabar quienes entre chupito y chupito bebían cerveza o vino.

Cuando explico la barbaridad que es esto a los ucranianos y me asombro de que haya que beber veinte o treinta veces si son tantos los comensales, mis interlocutores suelen estar teóricamente de acuerdo pero afirman que no hay escapatoria salvo prohibición médica. Es la hospitalidad, la camaradería nacional.

Un empresario español me cuenta que el sustituye el vodka por agua pero no sé como se las arregla para hacerlo.

Existen varias versiones sobre la aparición del vodka por estos lares.

Según una de ellas, el prototipo del aqua vitae, que entonces se obtenía de la destilación de jugo de uvas fermentado, lo trajeron los comerciantes genoveses en sus viajes de negocios. En un comienzo, esa bebida fue utilizada en forma exclusiva como medicina universal.

En el siglo XV, en los monasterios comenzaron a producir vodka, pero ya a partir de alcohol obtenido de cereales, más abundante por aquí siempre. Para comienzos del siglo XVI "el vino caliente", ya no entraba a Rusia sino que salía de su territorio. Esta fue la primera experiencia de exportación del vodka ruso, una actividad que posteriormente, estaría destinada a conquistar el mundo. A mediados del siglo XVIII la producción de vodka en Rusia además de las fábricas estatales estuvo también a cargo de los nobles. Fue entonces cuando la emperatriz Yekaterina II ordenó que la destilación de vodka fuese uno de sus privilegios. La calidad del vodka destilado en condiciones domésticas, en general alcanzó alturas nunca vistas.

La aparición del conocido vodka Moskovskaya Osobaya está relacionada con un célebre químico. El científico buscó la relación de proporción ideal entre el alcohol y el agua durante año y medio. El resultado de esas investigaciones las reveló en la disertación de doctorado "Conjeturas sobre la unión del alcohol con el agua". Estas conclusiones fueron posteriormente utilizadas en la alcoholimetría y en la producción de vodka. En 1894-1896 en Rusia se estableció un patrón estatal al vodka.

No me gustaba el vodka y mi educación tampoco me consiguió un paladar gastronómico de somellier de manera que soy incapaz de distinguir un vodka de otro o apreciar calidades pero he leído que, en lo que a mi me parece idéntico brebaje, hay matices, aromas y sutilezas. Actualmente en el mercado ruso existen una enorme cantidad de marcas de vodka (no menos de 3.000). Hay vodkas como Stolichnaya que “se enriquecen con oxígeno y una poca cantidad de jarabe de azúcar”. No sé qué narices quiere decir “eso” pero me cuentan que gracias a “eso” la bebida adquiere la apariencia denominada “textura de terciopelo”.

El vodka que me recomendaba un sindicalista ruso es Russkiy Standard, un vodka más moderno. Se corresponde totalmente con el estándar de calidad establecido por la comisión del zar presidida por ese celebre químico, Mendeleev, en 1894 y se fabrica con alcohol de una pureza muy elevada.

En la elaboración de otros se utiliza leche deshidratada y descremada. Parece que esto le proporciona a la bebida suavidad y aroma de vodka genuino. Hay vodkas aromatizados. Por ejemplo, con brotes de abedul. Goluboi Topaz - es un vodka con, horror, sabor de anís, complementado además con aroma de aceite de menta y jarabe de azúcar, que le da blandura. Hay alguno que lleva ácido ascórbico. La idea de añadir vitaminas a las bebidas alcohólicas surgió después de la II Guerra Mundial, pero solo se ha puesto en marcha recientemente cuando además han aparecido marcas nuevas de presentación moderna y original, incluyendo el vodka Pútinka (por el apellido del presidente ruso). El no va más deben ser algunos como el Sibirskaya, 45º, Yubileinaya, 45º, Krepkaya, 56º, o Ojotnichaya, 56º, que tienen una concentración del alcohol superior a los 40 grados estándar.

Yo aquí bebo, muy de cuando en cuando, Nemiroff. Lo hay también en muy diversas modalidades. El más cursi lleva miel y chile. Hay otro que solo lleva chile, un pimientito rojo dentro de la botella. Como el gusano en el tequila. Y realmente pica.

Son los que más me gusta regalar porque parecen lo más exóticos.

El otro día leí que en Crimea se había abierto una clínica de “vinoterapia”. Aunque yo creo que el spa con cócteles ya lo conocen nuestros ricos desde hace mucho tiempo. La “vinoterapia” está recomendada para aliviar el stress, problemas del corazón y, sorprendámonos, la impotencia. Lo que es yo, para qué engañarnos, soy bastante menos bueno con alguna copa de más.

Solo les faltaba a algunos beber por prescripción médica.

En la oración fúnebre de Zweig a Joseph Roth, tras afirmar que al provenir de un pequeño lugar de la antigua frontera austro-rusa, Roth era tan judío y austriaco como ruso, "un hombre de la raza de los Karamazov, un hombre de grandes pasiones, un hombre que en todo perseguía el máximo; un ardoroso sentimiento ruso le llenaba, una piedad profunda, aunque fatídicamente también el instinto ruso de autodestrucción", explica, comprende o justifica su muerte por alcoholismo precisamente por su condición rusa: "Pero al escuchar la palabra bebedor no piensen, por ejemplo, en un bebedor alegre y amigo del parloteo, sentado en medio de un círculo de camaradas, que se enciende y los enciende para cantar a la alegría y el sentimiento gozoso de la vida. No, la bebida de Joseph Roth era una bebida amarga en busca del olvido; vivía en él el ruso, el hombre de la autocondena, que violentamente se sometió a la esclavitud de su lento y fuerte veneno. ...

Cuando sobrevino la catástrofe, se hizo cada vez más apremiante la necesidad de aturdirse contra lo inmutable y olvidar violentamente el propio horror frente a nuestro mundo brutalizado. Para ello necesitaba cada vez más los aguardientes dorados y oscuros, cada vez más fuertes y cada vez más amargos para lograr la amargura interior. Créanme que era un beber por odio, por ira, impotencia y rebelión, un beber maligno, tenebroso y hostil, que él odiaba personalmente pero del que no podía arrancarse.”

ambigua realidad (febrero 2008)

El sábado pasado un becario de la oficina comercial, E., sevillano de tez morena, fue brutalmente golpeado por cuatro energúmenos. Le atacaron por la espalda, sin mediar palabra, y le patearon en el suelo en un lugar bastante público. Se ha pasado una semana en el hospital. Le salvó un ucraniano que dio voces llamando a la “militzia” pero luego no lo atendió nadie hasta que llamó por el móvil al teléfono de emergencias de la embajada y acudimos en su ayuda.

Otro día hablaré del racismo y la xenofobia. Hoy me preocupa la imagen, la sensación, que uno puede tener del país con estos datos. Siempre he odiado las generalizaciones sobre los habitantes de pueblos o regiones y me parecen tópicos perezosos. Sin embargo, si hablamos de imágenes subjetivas, entiendo que Ucrania sea ya para siempre un lugar de bárbaros y salvajes para E. Y esa es una impresión que me han transmitido muchos de los españoles con los que hablo. No se corresponde con mi percepción pero no me atrevo a decir que sea yo quien tenga razón.

¿Por qué? Porque sé que soy despistado y poco observador, confiado y cándido. Porque sé que vivo en una burbuja de cristal, con escaso contacto con el Kiev real. Sin embargo, mis pocas experiencias han sido positivas, y eso que todavía no he ligado: mis caseros no pretenden aprovecharse más de la cuenta de mi, son discretos, me van mejorando la casa y me pasan platos de comida a través de la ventana; mi cocinera no me sisa y me compra una ¡corbata! por Navidad; los nativos del trabajo me tratan con cariño o educación; la gente que conozco profesionalmente es amable en muchos casos y competente en otros. Mis anécdotas no me predisponen al rechazo aunque me saquen el dinero como si fuese un japonés en un taxi de Barajas o me hayan timado como si fuese un paleto.

Otros españoles hablan pestes: maleducados, egoístas, borrachos o sucios. Y les molestan cosas que a mi no me ocurren o me pasan desapercibidas, que me parecen que son nimias o que ocurren en cualquier lado. Perdonad las largas citas pero voy a recurrir a Andrujovich que por algo es natural del lugar. Al comienzo de “Doce anillos” un austriaco comienza a viajar a Ucrania, sin conocer el idioma, para buscar los orígenes de sus ancestros y va escribiendo cartas a sus amigos en los que el tono varía, según van madurando las circunstancias.Así cuenta que conversando con un nacionalista, que “estaba convencido de que su nación contaba por lo menos con diez mil años de existencia, que los ucranianos tenían un vínculo inmediato con las fuerzas cósmicas del bien y que, según la forma del cráneo y de las súperciliares, estaban próximos al 'modelo de ario', a consecuencia de lo cual existía un complot mundial contra ellos, los ejecutores directos del cual eran sus vecinos geográficos más próximos y algunos 'factores étnicos internos compuestos'” nuestro austriaco se ve obligado a interrumpirle “con unas cuantas preguntas embarazosas, a las cuales sólo respondía con una mirada atónita. Le pregunté, digamos, esto: "bueno, si de verdad tenéis una cultura tan antigua y potente, ¿por qué apestan tanto vuestros servicios públicos? ¿Por qué la mayoría de estos lugares parecen basureros putrefactos? ¿Por qué los cascos antiguos de vuestras ciudades se arruinan junto con barrios enteros, por qué se derrumban los balcones, por que no hay luz en los portones y hay tantos cristales rotos bajo vuestros pies? ¿Quién tiene la culpa de todo esto? ¿Los rusos? ¿Los polacos? ¿Otros factores ‘étnicos internos correlativos’? Vale, no os apañáis con las ciudades, pero ¿y con la naturaleza? ¿Por que vuestros campesinos, estos, como decís vosotros, portadores de una tradición civilizada de diez mil años, arrojan obstinadamente toda su mierda directamente a los ríos, y por qué viajando por vuestras montañas uno encuentra más metal abandonado que hierbas medicinales?”

El austriaco describe aquí una realidad que seguramente es cierta. Sucio, descuidado y oscuro son adjetivos que se pueden utilizar para describir algunos aspectos de esta ciudad. Pero no es la única manera de describir la ciudad ni sus habitantes. No es la única verdad. Así, en otra carta escrita un poco después por el mismo austriaco encontramos un tono totalmente diferente y, seguramente, a pesar de que no puedo leerlo sin sonreírme irónicamente, también cierto: "¿Quién me ha dado derecho a aleccionarles, a advertirles sobre los baches y los dientes de oro? Viven como quieren porque están en su casa, y yo no tengo la razón sólo por el hecho de que soy un viajero. Y lo más importante, lo que no se les puede negar es la cálida acogida con vodka. A grandes rasgos son infinitamente más humanos que nosotros. Y cuando digo más humanos, me refiero a su capacidad de abrirse de repente, de ver un ser íntimo incluso en una persona desconocida. Así, una distancia de 400 o 500 kilómetros que nuestros intercity-express superan en apenas cuatro horas, los trenes de aquí la saben alargar hasta unas trece. Sin embargo, en los compartimentos de sus vagones, deliberadamente incómodos y estrechos, la gente saca comida y bebida, se presenta, comparte cada trozo de pan, se cuenta las cosas más trascendentales, a veces incluso las más íntimas. De todas maneras, la vida es muy corta: ¿por qué apresurarse? Los instantes de conmoción emocional más profunda, cuando inesperadamente tocas la abierta y cálida verdad del vodka, son mucho más importantes que las prisas oficiales y la cortesía reservada y falsa, bajo las cuales sólo existe el vacío y la mutua indiferencia. Me gusta que a veces parezcan una familia gigantesca infinitamente ramificada. Cuando os ofrecen su comida y su vodka y os negáis, se vuelven obstinados, incluso insoportables e intolerantes. Y no creo que sea porque la comida y el vodka sean mucho más baratos aquí que nuestros países, sino porque realmente son gente más sincera y de alma más generosa. Así negarles su agasajo es como privarles del derecho de mutua comprensión. ¡Como difiere todo esto de la atmósfera bien ventilada, esterilizada y cuidada, con una calefacción irreprochable, pero al mismo tiempo privada del verdadero calor humano de nuestros rápidos intercity, con su desfile superficial de sonrisas y el silencio artificial que de vez en cuando interrumpen el clic de los mecheros o en frufrú del papel de aluminio!”

Dos ucranias. Pero ¿acaso no somos todos así?. Algo contradictorios y ambiguos, ángel y demonio. Eso sí, el austriaco entre una y otra carta había ligado.

noticias del retorno (febrero 2008)

Parece que hice bien en dejar las vacaciones para Navidad. Cuando regresé, el río, el Dnieper o Dnipro, de un kilómetro de ancho, empezaba a deshelarse. Aunque todavía quedaba hielo por las orillas la corriente fluía por el centro y ya no se podía atravesar andando como, según parece, habían hecho los del lugar cuando la temperatura bajó a menos diecisiete. Creo haber entendido que durante la 2ª guerra mundial los camiones y tanques lo cruzaban sin problemas.

Ahora la temperatura oscila entre menos dos-más dos, y de vez en cuando caen suaves nevadas. Los días se alargan un poco más.

Los nativos me amenazan con una nueva bajada de temperatura en febrero. Casi lo estoy deseando porque todavía no he estrenado mi gorro ruso con orejeras.

Si estoy todavía por aquí el año que viene, pienso quedarme durante la Navidad para ofrecer un refugio a los amigos españoles del frío y la nieve, que también los hay, durante sus vacaciones.

Estas navidades han sido atípicas y no he tenido tiempo para casi nada. Murió mi madre y las programadas reuniones, comidas o copas con los amigos se redujeron al máximo. Por respeto a la parte creyente de mi familia visité tantas iglesias como en un viaje de turismo, escuché tantas tonterías solemnes como en una asamblea de profesores y soporté tanto ritual vacío como en una reunión de la burocracia sindical internacional.

Para desintoxicarme leo de un tirón, aunque saltándome páginas, “la puta de babilonia” y, aunque no me cuenta nada nuevo, disfruto con la mala leche de Fernando Vallejo.Al volver me encontré con mi nueva vida, ya casi rutinaria:

Se fue A., el policía, pues solo están seis o nueve meses, y llegó otro a sustituirle. A las mujeres de la embajada, nacionales y ucranianas, no parece gustarles tanto. Con A. se va también un poco del sentido común y cívico, democrático constitucional, de la embajada. Y ya sé que a muchos todavía les sobresalta y agita la memoria escuchar eso de una policía “al servicio de las libertades de los ciudadanos”. A mi me encanta vivirlo. No creo, siquiera, que ligara más cuando “los grises” contribuían a mantenerme en forma.

M., la secretaria del embajador, resbaló en la nieve y se rompió la muñeca: tres o cuatro semanas de baja. Nos sirve de aviso y escarmiento a los demás porque M. lleva casi 10 años aquí entre Moscú y Kiev.

E., jefa de visados, nos alimenta con potajes, patatas a lo pobre, lentejas y callos con garbanzos, elaborados con materia prima española, abundante tras los viajes navideños.

Estas comidas pantagruélicas, acompañadas de lo poco que te apetece salir de casa, por el frió y por la oscuridad, están arruinando mi cintura.

No sé si os habéis dado cuenta pero estamos de moda: han hecho chica Bond a una ucraniana, que seguirá los pasos de Milla Jovovic, ucraniana también; hemos ganado el doble femenino del Open de Australia; en el penúltimo episodio de Los Sopranos se cargan a una pareja de ucranianos, padre e hija; el Premio Goncourt de novela se lo dieron a “Las Benévolas” que transcurre en Ucrania en una gran parte y otro ucraniano, Grossman convierte en best seller su novela “Vida y Destino”; por último, el ballet oficial de Kiev actúa en Madrid estos días. Los ucranianos parecen de Bilbao.

En cuanto a la política tras muchos avatares eligieron Primera Ministra a Yulia Timoshenko. En el Parlamento tuvieron que repetir la primera votación dos veces porque los marcadores electrónicos daban empate. Al final, votaron a mano alzada. Me da que va a durar menos que el gobierno de Prodi. El otro día el Ministro del Interior y el Alcalde de Kiev se enzarzaron a leches. Como dos machotes. Como debe ser. El estilo Zaplana triunfa hoy en la Europa donde no pudieron hacerlo con la División Azul.

Veo ganar al Madrid en Digital Plus que, contratado en España, me he traído a Kiev. He orientado la antena hacia el satélite correcto y consigo la misma cobertura que en España. Hasta puedo comprar pelis pornos en taquilla. La verdad es que no necesito comprarlas porque no sé porqué razón entiendo perfectamente las películas pornos ucranianas. Con las de karatekas asiáticos y las de Van Damme me ocurre lo mismo. Tanta tele arruina mis lecturas. Acantilado, que bella editorial, está traduciendo a un escritor ucraniano, Andrujovich, que aunque no me acaba de convencer leo con fruición porque como dice Amos Oz:

“Si adquieres un billete y viajas a otro país, es posible que veas las montañas, los palacios y las plazas, los museos, los paisajes y los enclaves históricos. Si te sonríe la fortuna, quizá tengas la oportunidad de conversar con algunos habitantes del lugar. Luego volverás a casa cargado con un montón de fotografías y de postales.

Pero, si lees una novela, adquieres una entrada a los pasadizos más secretos de otro país y de otro pueblo. La lectura de una novela es una invitación a visitar las casas de otras personas y a conocer sus estancias más íntimas.

Si no eres más que un turista, quizá tengas ocasión de detenerte en una calle, observar una vieja casa del barrio antiguo de la ciudad y ver a una mujer asomada a la ventana. Luego te darás la vuelta y seguirás tu camino.

Pero como lector no sólo observas a la mujer que mira por la ventana, sino que estás con ella, dentro de su habitación, e incluso dentro de su cabeza.

Cuando lees una novela de otro país, se te invita a pasar al salón de otras personas, al cuarto de los niños, al despacho, e incluso al dormitorio. Se te invita a entrar en sus penas secretas, en sus alegrías familiares, en sus sueños.

Y por eso creo en la literatura como puente entre los pueblos. Creo que la curiosidad tiene, de hecho, una dimensión moral. Creo que la capacidad de imaginar al prójimo es un modo de inmunizarse contra el fanatismo. La capacidad de imaginar al prójimo no sólo te convierte en un hombre de negocios más exitoso y en un mejor amante, sino también en una persona más humana.”

Que así sea.

españoleando (enero 2008)

Siempre hay una primera vez para todo. La primera vez que fui el flamenco tenía 50 años y estaba en Kiev. Un espectáculo montado por la embajada nos trajo al Pipa y parte de su familia: trece personas. Para ser andaluces, de Jerez, no deben de ser supersticiosos. Dos guitarristas. Dos cantaores. La tía. Cuatro bailarinas muy jóvenes, una de ellas de 14 años. Y el Pipa.

El Apoderado, el tramoyista y alguien que se me olvida completan el grupo.

Que me perdonen CR o JG pero el flamenco siempre me ha parecido una música triste y aburrida. Nunca he entendido porque entre tanto quejido y “ay, ay, ay” se jalea eso de "alegría maestro". Pero si está medio llorando, si le ha abandonado la mujer, si no la olvida, si …

Y, por otro lado, lo tengo asociado a la España rancia (otros tienen asociado al Real Madrid) y al franquismo.

A la gente, sin embargo, le gustó. Invité a mis caseros y me lo agradecieron también mucho. Como su casa hace esquina con la mía, luego ellos me pasan manzanas y potajes por la ventana.

Tras el concierto tuvimos fiesta en la residencia del embajador. Se cortó un jamón. Se tocó la guitarra. La música se convirtió entonces en algo más mestizo y ya me gustó más. Rock y Rap aflamencado. Hasta el embajador tomó la guitarra. En plan clásico.

Aunque ya tenía una ligera idea de lo que la palabra españolear
[1] encerraba, ha sido en Kiev, alrededor de los actos culturales españoles cuando he podido entender su alcance profundo. En la foto hay dos ucranianas ejerciendo de españolas[2]. Sombrero cordobés, falda de lunares y abanico: ¿se puede pedir más? Estamos en el stand de la embajada en el Día de Europa, en mayo, y ha habido tortilla de patatas, sangría y baile en la calle a cargo de bailaora ucraniana con bigote indisimulable, acompañada de dos guitarristas también del país.

Al Ministerio español de Asuntos Exteriores no le gusta el flamenco. Quiere, con buen criterio, que evitemos la imagen tópica de España. Pero ¿por qué lo sustituimos? ¿Un maño bailando la jota, un chulapo el chotis, las gaitas, los sanfermines, el “Asturias, patria querida”? Me temo que el flamenco y los toros siguen siendo el símbolo tópico de España. Hace unos días fui al Ballet, a ver Cascanueces y España apareció representada por un torero y una mujer con mantilla y peineta..

Tres meses después la imagen de España sería más moderna: un festival de cine, una exposición de grabados y dibujos de Picasso y otra de fotografía sobre una peregrinación en Cuba pero hemos terminado noviembre en un rastrillo, de esos que en España hacen los pijos y las marquesas, a beneficio de no sé que ONG (Internacional Women’s Club Kyiv) que organiza un bazar navideño a beneficio de no se qué infancia en el que hemos vendido paella y, otra vez, sangría y tortilla, ahora con turrón y rosquillas, que estamos casi en Navidad. Mantones sevillanos, abanicos, llaveros con la bandera de España y figuritas de Lladró han completado nuestra oferta filantrópica. Mirad mi imagen con la paella: ¿no es mejor que la representación nacional la ostenten las ucranianas con sombrero cordobés?.
[1] ¿Será posible que el Word no me subraye de rojo esta palabra como falta ortográfica? ¿existe ese palabro?[2] Si. Una es la Lolita de voz infantil que se ha ido con una beca de estudios a Salamanca y debe estar volviendo loquitos a los de la Tuna

las huellas del gran terror 2 (enero 2008)

“No tengo nada contra los forasteros. Mis mejores amigos son forasteros. Pero lo que pasa es que este forastero es de aquí”
Asterix

Ya os he comentado que la religiosidad y el nacionalismo han vuelto a resurgir. El marido inglés de una de por aquí dice que cuando desaparece la religión o la monarquía, la gente se queda vacía. Me pareció reaccionario. Castells, en el volumen 2 (El poder de la identidad) de “La Era de la Información”, lo dice de manera más académica y suena mejor: “el vacío ideológico creado por el fracaso del marxismo-leninismo para adoctrinar realmente a las masas fue reemplazado en los años ochenta, cuando el pueblo fue capaz de expresarse por la única fuente de identidad que se conservaba en la memoria colectiva: la identidad nacional.”

Aunque yo no he tenido ninguna experiencia personal hostil se cuentan anécdotas que hablan de racismo. Agresiones a personas extranjeras, entre ellas a un guineano que trabaja en la embajada, que llevaron a solicitar una reunión con el Ministerio ucraniano de Exteriores; becarios españoles a los que no se les deja entrar o no les sirven en bares de Jarkov, antigua capital de Ucrania.

Hobsbawm ha intentado explicarse en “Entrevista sobre el siglo XXI”, a propósito de la sorprendente reaparición de hostilidades nacionales, del racismo, de la separación y segregación de etnias en los países de la antigua URSS porqué el intento de coexistencia multinacional de los regimenes comunistas, pensemos también en la Yugoslavia de Tito, no ha dejado ninguna huella en la conciencia de esos pueblos. El historiador británico afirma que “Los regímenes comunistas eran, en cierto sentido y deliberadamente, regímenes elitistas. Aunque sólo fuese por el énfasis que ponían en el papel de guía que debía desempeñar el partido. Su objetivo no era convertir al pueblo, las suyas no eran fes, sino iglesias oficiales. Por esta razón, la mayor parte de los pueblos sometidos a estos regímenes estaban fundamentalmente despolitizados. El comunismo no entró nunca en sus vidas en el sentido en que, por ejemplo, el catolicismo entró en las vidas y en las conciencias de los pueblos de América Latina tras la colonización. El comunismo era algo de lo que se esperaba buenos o malos resultados, pero que en general no fue interiorizado por los pueblos.” Me temo que esta explicación es demasiado benigna y soslaya el papel de la represión y que la despolitización es también el producto del miedo y la dictadura: pensemos en la España franquista. Y, además, embellece la URSS como ámbito de convivencia multirracial. Ya entonces, los predecesores de la KGB establecieron un rígido sistema de pasaportes que dividía a la población en grupos con diferentes derechos y privilegios. En el pasaporte figuraba la filiación del ciudadano, la etnia a la que pertenecía, las inscripciones del registro civil y, desde 1932, el permiso de residencia, que restringía la libre elección del lugar de residencia y de trabajo. Lo cuenta muy bien Grossman en uno de los primeros capítulos de su gigantesca “Vida y Destino” cuando describe los kafkianos problemas de una joven que trabaja para un organismo “paragubernamental” para obtener el permiso de residencia.

A mí el debate sobre nacionalismos y patriotismos me atrae: ¿Qué es eso que tantos odios y amores origina? Aparte de querer que ganen los españoles en las contiendas deportivas no entiendo qué pasión causa el pedazo de tierra donde el azar nos hace nacer. Cuando yo era más joven quería ser francés, y me fui a Paris pero esa es otra historia. Si se quiere lo que yo quería era ser europeo, con sus libertades y sus sistemas de protección social, pero no tener nada que ver con la España rancia de bigotitos acomplejados, machistas bajitos, meapilas inquisidores y matones cobardes que me ofrecían como futuro.

La verdad es que me siento un poco extraterrestre en estos temas que se supone que uno siente de forma natural (incluyo aquí, je,je,je, la pareja romántica, la familia, la patria y alguna otra cosa que se me olvida ahora) y que yo, sin embargo, creo que son construcciones artificiales, culturales. Convenciones útiles para la vida privada o colectiva pero convenciones, al fin y al cabo. Y como tales convenciones sustituibles por otras que sean útiles o divertidas o consensuadas para otras personas.

Frente a esa estupidez del nacionalismo, étnico o no, yo prefiero el mestizaje y el cosmopolitismo. Ahora he encontrado consuelo en eso del patriotismo republicano o constitucional o ciudadano pero no temáis, no creo que éste sea el mejor lugar para discutirlo. Pero ya que ha salido a colación es mejor acabar bromeando con un escritor ruso, Sergéi Dovlatov, que dice en su “Cuaderno de Apuntes”:

“ Un punto de vista liberal: `La patria es la libertad.'
Hay una variante: `La patria es aquella donde el hombre se encuentra a sí mismo.’
A uno de mis conocidos lo despidieron algunos amigos cuando se fue al extranjero. Alguien le dijo:
-¡Recuerda, viejo. Donde hay vodka, allá está la patria!”

La calle Joriva (diciembre 2008)

Paseos por la ciudad (5)
La calle ХОРИВА es un buen ejemplo de mi barrio, Podol, y recorrerla arriba y abajo y por los alrededores, puede ser un buen comienzo de la visita cuando vengáis a verme a Kiev mientras yo estoy currando. Cuando vengáis, ¿os lo he dicho ya?, deberéis traer la prensa. Y cuando digo prensa yo hablo, lo siento MA, del “país” y “el público”. Acepto el “hola”, que hay una rubia aquí que suspira por él y hay que sembrar por si las moscas… Luego también es bienvenida cualquier vianda inequívocamente española y que incremente el colesterol. Yo, a cambio, os dejaré un móvil ucraniano, las llaves, un mapa de la ciudad y una linterna.

Pero volvamos con la calle. Va desde el río, donde se ven unos grandes silos, hasta el mercado. Como el río hace curva va, también, más o menos paralela al río por un lado y a un gran bulevar por otro. Si empezamos desde el río, pasaremos por delante de la embajada española en la acera izquierda, en el numero 46, donde acampan decenas de ingenuos a la espera de un visado. Con la rasca que hace ahora yo se lo daría solo por valientes u obcecados.

En el resto de la calle veremos distintos edificios en diferentes colores aunque predomina el rosa o anaranjado en la acera izquierda y el blanco en la derecha. Casi enfrente de la embajada está el bar cubano donde puedes ponerte ciego a carne al mediodía o bailar salsa (lunes o miércoles) o tango (martes y jueves) en los atardeceres. Ahora van a dedicarse también a la paella.

En mi calle hay otros dos barecitos populares, no muy caros, donde se dispone de menú del día: treinta grivnas, cuatro euros al cambio actual Hay uno casi al lado de mi casa que tiene cola muchas veces. Pero sus horarios de comida no coinciden con los míos.

Pasada la embajada, torciendo por la primera a la izquierda, se puede ir a la Oficina Comercial Española, en el edificio más moderno de nuestro barrio, enfrente de dos iglesias, una de ellas San Elias, donde ya os comenté que he visto bendecir los coches, y al lado del bar jardín donde me hago el interesante. Tardé un poco en descubrir que es serbio, que la carta que no entendía estaba en serbio y que es la terraza de un restaurante que está enfrente y se llama 011. Ahora en estos meses han cerrado la terraza. Aunque no tienen mucha visibilidad y son difíciles de encontrar porque no sabemos leer las inscripciones en ucraniano, hay varios museos. En la calle paralela a Joriva, siempre a la izquierda, está el Museo de los Hetmanes. Hetman es una palabra de origen alemán que debe querer significar hombre principal o jefe. En español me parece que se dice Ataman. Son los caudillos cosacos que, para mi sorpresa, eran elegidos y, en su caso, destituidos democráticamente por toda la colectividad. El retrato de algunos de los jefes está en los billetes de 5 y 10 hryvnias. En éste como en otros museos no encontrareis carteles ni explicaciones en inglés pero siempre habrá una mujer dispuesta que te acompañará y explicará todo con su mejor voluntad, aunque en ucraniano. En el jardín hay estatuas como de hadas o algo así.

Casi en la diagonal del museo hay un pequeño tugurio donde pagan algún céntimo por las botellas nacionales de cerveza vacías. Me parece que es el único sistema de reciclaje de la ciudad y depende de la miseria de los abuelos. Una pensión media no llega a los cien euros. La gente deja los cascos en las aceras para que los recojan los abuelos y se ganen algunos céntimos. En esa misma calle, enfrente, tienes un restaurante mejicano.

Al final de esa calle, al lado de mi casa y la comisaría, está el Museo de Chernobil, lleno de fotos y efectos personales del personal de salvamento fallecido y carteles señalizadores de pueblos desaparecidos, donde te muestran como estalló el cuarto reactor de la central nuclear, con efectos especiales y como lo enterraron, después, en un sarcófago. También en un programa de ordenador puede verse como se extendió la nube toxica, al principio hacia Bielorrusia, llegando a Finlandia y Suecia, hasta alcanzar a Francia a las dos semanas. Como no hay rótulos en inglés es difícil enterarse de todo el contenido del museo. Pero del horror sí te enteras. Viendo las imágenes y los trajes que llevaban quienes participaron en las labores de socorro, se pregunta uno como no fue mayor la desgracia. Y cómo aún nos atrevemos a defender una energía que no sabemos como controlar.

El monumento civil más llamativo de mi barrio es la Residencia de Pedro el Grande a la que se llega siguiendo la calle Joriva, acera izquierda, hacia el mercado. Según Martín Amis, Pedro el Grande e Iván el Terrible eran el modelo que guiaba al zar rojo Stalin, Koba el Temible.


Tras él hay una placita con edificios cucos que rodea una iglesia de cúpulas verdes y bello interior que se abre hacia el mercado. Hay que entrar al mercado. Pasar casi sin mirar, ni oler, por los requesones y carnes y demorarse con frutas, flores, verduras y especias. Intentar que no te engañen mucho por guiri y husmear por la planta de arriba donde venden, como siempre, de todo. Ropas y gorros de invierno, el mío está comprado ahí, material de ferretería. Etc

Al final de la calle, a la izquierda se entra en el monasterio femenino Florovskiy. (iglesia de la intercesión) donde se ven muchas mujeres con pañuelos en la cabeza y otras con un tocado que parece de monjas si es que hay monjas allá. Si no, son su equivalente. Allí los religiosos, que pueden casarse y tener familia excepto si van a seguir la carrera eclesial, viven y cuidan sus jardines.

Al salir del monasterio por la puerta principal, distinta a la que hemos entrado, te encuentras otra pequeña placita con varios mendigos y con la farmacia más antigua de la ciudad, donde está el museo de la ídem. Puedes visitarlo y comprar jabones de distintos olores.

El invierno 2007



El otoño ha sido breve, apenas un mes, y el invierno ha aparecido.

Primero fueron las calderas de la calefacción barboteando al unísono en toda la ciudad a mediados de octubre.

(Aquí tienen un sistema de calefacción central realmente central, que hace que todas las calefacciones de Kiev se pongan en marcha al mismo tiempo. La posibilidad de regularlo en tu casa o en tu edificio, más o menos calor, queda en manos de la ventana. Si la abres o la cierras. Por la noche siguen funcionando las calefacciones y tienes que dormir sin edredón o te asas).

Después fue una suave nevada, a primeros de noviembre, una blanca sabana sobre la ciudad. Rondábamos los cero grados. Los árboles perdían las hojas y apenas si teníamos diez horas de luz. Las chicas se abrigaron. Yo también.

Y diez días después la nevada lo cubrió todo de blanco, hala Madrid. Ante mis ojos risueños, mis peleas de bolas y mis muñecos de nieve, los ucranianos mirándome con sorna me recuerdan que esto va a durar casi seis meses. Y es cierto, desde entonces la nieve solo nos ha abandonado una semana. Y he descubierto un refrán, qué urbanita soy, que no conocía: “cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo”. Y aquí hay un montón, graznando y volando.


Por las mañanas me calzo unas botas de montaña y unos calcetines gruesos para ir al trabajo. En mi despacho me los quito, botas y calcetines, y me pongo unos zapatos “de vestir”. Todavía no he resuelto como librar a los pantalones del traje de la nieve y los charcos. ¿Tendré que llevar también unos pantalones vaqueros y cambiarme en el curre?

Por ahora llevo un gorro de lana y un consistente abrigo de piel comprado aquí mismo. El gorro ruso y los guantes esperan tiempos más fríos. Mi relación con el frío es problemática desde, ya llegó Freud, la infancia. Recuerdo que la primera vez que fui a la sierra nevada llevaba unas botas “Katiuska” y acabé congelado y odiando la nieve. Ahora estoy decidido a que no me pase lo mismo por deficiencias del vestuario.

Por las tardes anochece a las cuatro y poco a poco bajan aún más las temperaturas. Para pasear a esas horas añado a mi vestuario unos pantalones largos tipo leotardos, de esos que llaman mallas, y una camiseta de termolactil. El resultado por ahora es excelente. No solo no me he constipado este otoño-invierno, los virus están congelados, sino que a veces paso calor y hasta sudo. El problema es tanto poner y quitar pero el estilo cebolla funciona.

Hay que caminar con cuidado. En cuanto la nieve derretida se hiela puedes pegarte un patinazo de muy señor mío, la pierna se te va hacia adelante o hacia atrás y tú mueves el cuerpo para evitar el batacazo. Es como un tic, o un paso de break dance, que se lleva mucho por aquí. Además nada más helarse una capa vuelve a nevar y ni siquiera caminar por la nieve te libra de acabar encontrando hielo. Me acabo de comprar unas botas con una especie de clavos que puedes sacar o esconder que espero que sirva para algo. Porque ya me he dado mi primer batacazo, suave y no doloroso pero batacazo al fin.

Pero no basta con mirar para abajo, de arriba también viene el peligro. Caen carámbanos de los tejados y los árboles y como te den te agilipollan aún más.

Aquí estoy con T, (“las hijas de las madres que ame tanto me besan hoy como se besa a un santo”, decía Campoamor). T es la primera visitante osada que ha venido a ver cómo es el hábitat del abominable hombre de las nieves y estamos en medio de la Plaza de los Contratos. Al fondo, un jefe cosaco con su cetro o símbolo de mando. Y está, naturalmente, nevando.

Um, echo de menos el calor de tus abrazos.

El timo (diciembre 2007)

“Como bien saben los mentirosos y los estafadores, somos una especie bastante confiada. Tenemos una natural disposición a creer en lo que los demás nos dicen o, al menos, a creer que nos lo dicen sin intención de engañarnos. La mentira funciona sobre el horizonte de la confianza. Sin monedas de curso legal no cabrían las falsificaciones. Un elemental compromiso con la verdad, un entramado de creencias sobre la sinceridad de las creencias de los demás, es una de las argamasas que mantienen unidas a las sociedades. Quizá resulte exagerado creer a alguien cuando nos dice "te quiero", pero estamos convencidos de que cuando nos dice "son las cinco y cuarto" no nos está queriendo decir "me han despedido del trabajo". Ésa es la confianza mínima, compartida, sin la cual no hay manera. Si, además, experimentamos alguna simpatía o afecto por nuestro interlocutor, la ingenuidad es mayor. Todos pueden engañarnos, pero aquellos con quienes compartimos mayores ámbitos de confianza pueden engañarnos mucho más.” (“En el error. Félix Ovejero)

Esta larga y erudita cita trata de adornar y embellecer una evidencia pesarosa. Me han timado. Sí, amigos, a veces mi lado humano me juega una mala pasada y, ¡yo también!, soy engañado.

La historia que os voy a contar transcurrió hace meses y ha tenido que pasar el tiempo que dicen que todo lo cura para que, apaciguado mi amor propio, me atreva a contarlo.

Era un sábado de verano y yo paseaba con mis gafas de sol, mis zapatillas deportivas y mi MP3 totalmente ausente de este mundanal mundo cuando éste se me apareció en una de sus formas más tentadoras: un fajo de billetes de dólares me miraba desde el suelo. Me agache sin disimulo al tiempo que veía como la persona que estaba a mi derecha se acercaba rápido al individuo de delante y le comentaba algo. Deduje de gestos y miradas que le decía que se le había caído la cartera y se la entregué entre los gestos de agradecimientos del interfecto.

Reanudé mi camino junto a mi vecino que me sonreía, pensaba yo que feliz por su buena obra pero realmente relamiéndose por anticipado del gusto que le daba haber pillado a otro incauto. Medio minuto después me alcanzaba agitado el individuo al que habíamos devuelto el fajo de billetes murmurando en inglés que si no habíamos encontrado más, que eran dos fajos, que era mucho dinero, que si no lo tendríamos nosotros. Sí, lo sé. Este timo ha debido salir hasta en la tele pero … Total, que nos pide que le enseñemos las carteras, que el gancho se la muestra, que yo hago lo mismo (si no tengo dólares, solo euros) y que me agarra el dinero y echa a correr. Y yo detrás, gritando police, cuando en ruso se dice militzia, hasta que afortunadamente los perdí. ¿Os imagináis que les agarro? Me hubiera quedado sin dinero y con las gafas rotas. Cuando el lunes conté lo estúpido que fui al Cónsul, este me explico que con él también lo intentaron pero sin éxito. Y que, tras negarse a sacar la billetera, apareció un tercer compinche con una insignia como de poli (aunque si hubiera sido de socio del Dínamo, ¿quien se habría dado cuenta?) y le pidió que le enseñase la cartera. Mi cónsul volvió a negarse mostrando a su vez su tarjeta de diplomático con inmunidad. Reconozco que si yo me hubiese librado en el primer intento habría caído en el segundo a pesar de disfrutar de la misma tarjeta.

El timo es un clásico de Kiev. Luego me lo han vuelto a intentar en la versión más cutre. Como ya no miro al suelo por si las moscas, fue el gancho el que se agacho y me enseñó el fajo mientras decía “fifty-fifty”. Como si uno se encontrase un monedero y lo repartiese con su vecino.

Mi hermano me había recomendado que no lo contase para evitar que alguna listilla dijese eso de “lo ves, lo ves, ya te lo decía yo”. Creo que hoy, convencidos ya casi todos de lo acertado de mi elección, puedo sincerarme. Además, un solo incidente en seis meses tampoco es una media muy grave. Lo grave es lo imbécil que soy cuando no estás a mi lado.

las huellas del gran terror 1






"No estaría de más declarar un día de fiesta nacional durante el cual la gente pudiera visitar sus difuntas convicciones"<>
Arthur Miller en Presencia.
El 11 de noviembre es el aniversario de la caída del muro de Berlín. Y en este diario, donde alterno frivolidad, turismo e ideología, toca hablar del estalinismo.

He decidido conmemorar la caída y no la revolución de octubre porque he de reconocer que estoy abochornado. Las cosas que estoy leyendo sobre Stalin me hacen sentirme incomodo. Es verdad que yo entré a militar en la cosa de la izquierda cuando se decía aquello de “dictadura ni la del proletariado”, es verdad que delante teníamos al franquismo, es verdad que patatín y patatán. Porque también es cierto que no leí a Alexander Solzhenitsyn porque pensé, o me dijeron y me creí, que era un reaccionario. Una actitud que no habría tenido con ninguna victima del nazismo la tenía con un superviviente del estalinismo. ¿Por qué esa asimetría?

Lo pregunta Martin Amis en “Koba. el temible”: ¿Por qué no existe sino indignación y estremecimiento ante lo que significan Dachau, Buchenwald o Auschwitz y, sin embargo, palabras como Slovki, Vorkutá o Kolymá no nos dicen absolutamente nada? ¿Por qué “todo el mundo ha oído hablar de Himmler y Eichmann” y “nadie sabe nada de Yeyov ni de Dzeryinski”? “¿Por qué todo el mundo ha oído hablar de los seis millones del Holocausto y nadie sabe nada de los seis millones del Terror del Hambre?”

¿Existe diferencia entre nazismo y estalinismo? Primo Levi creía que sí y la explicaba en “Si esto es un hombre”: “La diferencia principal consiste en la finalidad. Los lager alemanes constituyen algo único en la no obstante sangrienta historia de la humanidad; al viejo fin de eliminar o aterrorizar al adversario político, unían un fin moderno y monstruoso, el de borrar del mundo pueblos y culturas enteros. Los campos soviéticos no eran, desde luego, sitios en los que la estancia sea agradable, pero no se buscaba expresamente en ellos, ni siquiera en los más oscuros años del estalinismo, la muerte de los prisioneros; ésta era un subproducto debido al hambre, al frío, las infecciones, el cansancio. En los lager alemanes se entraba para no salir: ningún otro fin estaba previsto más que la muerte. En cambio, en los campos soviéticos siempre existió un término: en la época de Stalin los “culpables” eran condenados a veces a penas larguísimas (incluso a quince o veinte años) con espantosa liviandaz, pero subsistía una esperanza de libertad, por leve que fuera.”

Claro que yo no he sido estalinista, no tenía edad ni poder, pero tampoco fui antiestalinista, al menos, no de la misma manera que fui antifascista. Y no me vale lo del trotskismo, otro igual que despreciaba el valor de la vida humana en nombre de la sagrada causa. ¿Por qué si amábamos la libertad y la vida no vimos que había que cambiarle el nombre a nuestros ideales e inventar partidos plurales y democráticos?

¿Fue por lo que todavía desconocíamos entonces y hoy es una gran evidencia? ¿O fue porque lo justificábamos de alguna manera creyendo que estaban “construyendo algo positivo con métodos equivocados”, que es un rollo parecido al que todavía oímos sobre el castrismo? ¿O era, que sí, que estos eran unos hijos de puta pero eran “nuestros hijos de puta”?

Yo no había leído a Solzhenitsyn pero sí a Orwell en “1984”, y sabía del “gran hermano”, podía reconocerlo, debía reconocerlo. Cuando a Conquest que escribió “El Gran Terror” en 1968 le pidieron que sugiriese un título para la reedición del libro, unos años después de la caida del muro, preguntó a su editor: “¿Qué te parece: Ya os lo dije, tontos del culo?”. ¿Me pongo lúgubre, solemne, doctrinario? Lo siento. Es que cuesta ajustar cuentas con el pasado de uno. (Y ahora que me pagan como un rico, lamento no haber militado en el PP. Con lo bien que empecé estudiando en los agustinos).

Así que aquí estoy, entre los restos del “socialismo realmente existente”, entre las ruinas del paraíso socialista, pensando que para esto podían haberse ahorrado setenta años de sufrimientos y terror.

Para mi la peor consecuencia del fracaso de la “Dictadura del Proletariado” no se nota solamente aquí sino en el resto del mundo: la perdida de las esperanzas de transformación social de tanta gente que creímos en la igualdad y la solidaridad y vimos cómo la liberación se transformaba en opresión y la sociedad sin clases en un estado dominado por una casta tan cruel como el nazismo.


Castells, en el volumen tercero (Fin de Milenio) de “La Era de la Información”, decía: “la ironía histórica más dañina fue la mofa que el Estado comunista hizo de los valores de la solidaridad humana en que fueron educadas tres generaciones de ciudadanos soviéticos. La mayoría de las personas creían sinceramente que debían compartir las dificultades y ayudarse mutuamente para construir una sociedad mejor. Poco a poco fueron descubriendo que una casta de burócratas cínicos había abusado de ellos de forma sistemática. Una vez que se reveló la verdad, los daños morales inflingidos al pueblo de la Unión Soviética es probable que perduren por largo tiempo: se perdió el sentido de la vida, se degradaron los valores humanos, base de los esfuerzos cotidianos, el cinismo y la violencia han impregnado toda la sociedad, después que las esperanzas inspiradas por la democracia, en el periodo posterior al derrumbamiento soviético, se desvanecieron rápidamente. Los fracasos sucesivos del experimento soviético, de la perestroika y de la política democrática de los años 90 han llevado la ruina y la deseperación a las republicas sovieticas.”

[1] Lo siento de veras: amenazo con más.