sábado, 1 de noviembre de 2008

la vida cotidiana (julio 2007)

La cama hace ruido. Crujen sus goznes como gemidos. (Ejem, ejem). Me despierto pronto, no por los crujidos de la cama, que más quisiera, sino porque amanece también pronto, a las cuatro y media, y la luz entra a raudales por el balcón. Ocurre que casi no usan persianas y las cortinas no bastan para mantener la habitación a oscuras.

Si tengo humor, antes de ducharme, hago de 15 a 30 minutos de bicicleta fija mientras repaso el ruso. Y me ducho viendo por la ventana las hojas de los árboles que rozan el cristal. Abriría más la persiana, que aquí sí que hay, pero no doy espectáculos gratuitos. Todavía.


Cierro la puerta de mi casa a las 8, 53, y seiscientos pasos después, a las 8,59, estoy abriendo “la puerta de españoles” de la embajada. Lo habéis adivinado. Se llama puerta de españoles obviamente porque es por la que entran los españoles. El único peligro de este trayecto en verano, en invierno será no caerme por las heladas, son los dos “pasos de cebra” que tengo que atravesar. Me acerco a la carretera y amago. Si veo que frenan, paso, si no ni lo intento. Correr es un error, el coche que se acercaba puede ser de los “fitipaldis” que da un volantazo para esquivarte sin frenar y, entonces, sí que te pilla por listo y rapidillo. No sé si es exagerado decir que el grado de civilización de los pueblos se mide por el respeto a los “pasos cebra”, pero seguro que algo tiene que ver. Por lo menos, con el respeto a los demás. Yo, en Ginebra, cruzaba varias veces, en una y otra dirección, el mismo” paso cebra” solo por el gusto de verles frenar. Los latinoamericanos no podían ni creérselo. Les parecían lelos los ginebrinos.

La cosa debe venir de antiguo porque a principios de la era sovietica Ilf & Petrov en el comienzo de un divertido libro, editado por Acantilado en España, “El becerro de oro” ya lo criticaban: “En la gran ciudad los peatones llevan una vida de mártires. Se ha establecido para ellos una especie de gueto del transporte. Sólo se les permite atravesar la calle en los cruces, es decir, justo en aquellos lugares donde el tráfico es más intenso y donde el hilo del que suele pender la vida del peatón es más fácil de romper.

En nuestro vasto país un automóvil normal, destinado, en opinión de los transeúntes, al transporte pacífico de gente y de mercancías, ha adquirido los terribles contornos de un proyectil fraticida. Deja fuera de combate a columnas enteras de afiliados a sindicatos y a sus familias. Si a veces el peatón logra salir de debajo del morro plateado del coche, la policía le multa por infringir las normas del catecismo de la circulación.”

Durante el trayecto, pero en general en casi todas las calles, es frecuente ver los coches aparcados en las aceras. Aparcados en doble o triple fila y circulando por ellas. Los he visto circular por la acera para evitar un atasco sin que nadie les parase ni los peatones se inmutasen. Cuando llego a la embajada el guardia ucraniano se cuadra. Sonrió. Si hay gente mirando, pobres, pacientes, esperando en la cola y nerviosos por lo que consideran arbitrariedad de los dioses, me siento uno de ellos. De los dioses.

En la embajada hay varios tipos de gentes. Por un lado, los diplomáticos, muy distintos entre sí. Embajador, 2ª Jefatura y Cónsul. Por otro, los misteriosos. El canciller, escondido en su despacho, el oficial de comunicaciones con su insignia de paracaidistas metido en una sala de cifras o algo así. Y después la tropa. Los jefes de negociado y las contratadas ucranianos, que bregan con los visados.

La sala de los visados es una cueva donde pelean una docena de personas para impedir el paso de la frontera a quien le falte un certificado médico, una autorización notarial o algún maldito papel. Son el siniestro Doctor Niet. Yo propongo que les demos el “camachito de oro” por su encomiable defensa del mercado laboral patrio.

Hay también una becaria cultural que, ¡qué contradicción!, emite sus opiniones como si fueran verdades evidentes y rotundas; una interprete con suficientes trienios; la secretaría del embajador; las secretarias del cónsul, del 2º jefe y del canciller; los dos chóferes, uno de ellos, filósofo; el portero; el subinspector de policía. Y yo. En otro local está la oficina comercial con mi homologa y varios becarios del ICEX.

La embajada es un poco, pero solo un poco, de los ucranianos más veteranos. Los demás estamos de paso y en sus manos. Por el idioma, por su experiencia, por su memoria histórica. Antes de venir, A. me había dicho que también había un espía y que no se escondía pero el de aquí o no existe o sí se esconde. A veces pienso que soy yo y que estos informes llegan directamente al CNI donde están valorando darme una condecoración. Empieza uno disfrutando con los saludos militares y acaba reclamando medallas. Joder, que peligro.

En visados están las chicas de oro. Y no me refiero a Irina o Eugene, dos ucranianas preciosas, sino a tres jefas de negociado que han llegado en el breve espacio de seis meses y reúnen características parecidas, separadas más o menos recientemente, en los cincuenta, con hijas mayores, trabajan por primera vez fuera de España para salir de su pasado y hacer dinero para la jubilación. Como me consideran una de las suyas, me llevan con ellas al ballet o a la opera.

Durante la jornada laboral doy, inútilmente, todo hay que confesarlo, una hora de ruso. El Cónsul afirma que el embajador, el segundo y él tienen un pacto para no estudiar y me tilda de esquirol. Yo quisiera cumplir el pacto pero ¿como escaquearte si estás solo en clase? Ivanka se sienta delante de mí y me pregunta por el vocabulario del día anterior. Las cien primeras veces puedes decir “no lo recuerdo”, “se me ha olvidado”, “no me sale”, “ia nie ponimaiu”, pero al final te pones colorado, piensas que te va a tomar por imbécil y estudias. Todos, o casi todos, sabéis que yo soy un experto en copiar, que hasta las oposiciones las aprobé copiando, pero estando frente a frente al examinador ya me gustaría ver como os zafáis.

Tengo en mi despacho todos los interruptores del aire acondicionado de la planta. Y ahora en verano, durante la jornada laboral soy el espectador de una kafkiana partida de ping pong entre el canciller, que baja la temperatura, y la intérprete, que la sube. El marcador está 323 a 322. El caso es que yo trabajo con la chaqueta puesta por el frío que paso.

La mayoría come o almuerza, a la europea, allí. Se llevan un tupper con comida de casa y lo calientan en el microondas. Hay también una nevera, cafetera, máquina del agua. El horario es muy de cada cual. Cuando el hambre azuza, comen en sus despachos. Existe la opción de ir a comer al restaurante vecino, regentados por unos cubanos donde hay un menú del día que, sin bebida, cuesta 25 hryvnias. (unos cuatro euros).

Yo suelo esperar a salir del curre, a las 15, 30, para ir a comer a casa. Así he descubierto que existe, que no es un mito, la ensaladilla rusa y los filetes rusos. Aunque la ensaladilla rusa se llame Olivie y los filetes rusos no sé como. Que no soy Carvalho.

A las 15, 30 dejo la embajada. Diez minutos después estoy calentando las delicias que me prepara Galina. Hoy saboreo de primero una sopa Borshch verde, que es como un caldo gallego, con verdura; de segundo me zampo unos CRUCHENIKI, que son rollitos de verduras, envueltos en carne, y de postre, sí, de postre, ¿qué pasa?, disfruto unos NALISNIKI, una especie de creppes hechos con requesón y a los que se les puede echar por encima mermelada o SMETANA, una especie de crema agridulce o yo que sé. Joé, que ya he dicho que no soy Carvalho.

Según mi plan de adelgazamiento, casi tantas veces interrumpido como veces he empezado a aprender inglés, está debería ser la única comida del día pero por hache o por be es improbable que lo sea.

Después de comer no me puedo echar la siesta. A los diez minutos suena mi móvil ucraniano: “Juan Carlos, que estamos abajo”. Son el poli y, a veces, una jefa de visados que proviene del Ministerio de Interior que necesitan mi amena compañía para recorrer Kiev.

Un inciso sobre los móviles ucranianos. Es casi lo primero que hay que comprar si uno no quiere que Movistar le escalde. Es muy fácil aunque yo tarde dos semanas en hacerlo. Se compra una tarjeta “sim” por dos o tres euros y ya tienes número ucraniano. Así se pueden tener varios números. Yo tengo dos, con compañías distintas. Para llamar tienes que comprar tarjetas prepago que van de dos a treinta euros. También puedes hacerte un contrato pero ¿para qué? El contrato funciona si antes tienes saldo en tu cuenta telefónica. Es decir, si has prepagado. Así que el Cónsul y yo estamos intentando saber cual es la diferencia entre su contrato prepago y mi tarjeta prepago. He abandonado movistar porque en “roaming” es carísima y mi teléfono ucraniano es el 00380931514469.

Pero volvamos a las 16,30 de la tarde. “Eh, que estamos abajo” dicen mis nuevas parejas de hecho. Y yo que nunca he sabido decirle que no a un subinspector de policía salgo pitando a hacer millas.

Hay una primera parte del paseo en la que nos comportamos como beatas. Es ese primer kilómetro en el que, liberados él del uniforme y yo de la corbata, vamos musitando: “¡virgen santa! …¡la madre de dios! …¡santo dios! …” al paso de las cien primeras rubias. Luego nos calmamos.

Y podemos apreciar la calle. De aceras muchas veces más grandes que la calzada, de ahí la querencia de los coches a andar por éstas. Es curioso pero hay bastantes vendedores de flores, en puestos o en la mano, y se ven mujeres paseando con su ramo regalado. Yo todavía no le he regalado ninguna a mi poli pero todo se andará. Como en España, el macho de la especie tiene el curioso comportamiento de dejar de regalar flores (incluso de bailar) cuando ya se ha casado. Tengo un amigo en Madrid, al que ni siquiera citaré por siglas, que cuando se acerca la chinita con el ramo a ofrecerle flores, le espeta: “No, gracias. Ya hemos follado”.

Cambiamos euros en los múltiples locales que lo hacen pero antes hay que elegir bien el cambio porque hay diferencias notables en el precio. Lo que no hacemos casi es usar los cajeros o pagar con tarjetas porque el cónsul nos asustó el primer día con que era muy frecuente que te la duplicasen.

A veces, en vez de caminar, salimos del barrio en metro. Los metros están muy hondos, me imagino que porque al ser construidos en los años sesenta estaban pensados para ser utilizados como refugios en caso de guerra. Las estaciones no son tan bonitas como las de Moscú pero la instalación arquitectónica es semejante. Las escaleras mecánicas son superveloces. Casi da vértigo montarse y no sé yo si lo de montaña rusa no viene de aquí. A pesar de la velocidad los andenes están tan hondos que el trayecto se hace pesado. Hay mucha gente, me parece que más que en Madrid, usando el metro. Cuesta medio hryvnia, menos de diez céntimos de euro, y tiene mucha frecuencia de paso, cada dos minutos en hora punta. En los vagones tienen tele y es frecuente que el canal que escojan sea “fashion tv”. Son viejos pero no tienen señales de las pintadas, graffittis lo llaman, y demás salvajadas que se hacen en España.

Alrededor de los metros crecen auténticos mercados. En los pasillos subterraneos hay múltiples tiendas de todo tipo. Incluso fruterías. Hay mucha vida en el subsuelo, quizás porque son vampiros o marcianos que se esconden allí para practicar el consumismo antes de asaltar la tierra capitalista.

El otro día me hice unas fotos para carné en una tiendecita del metro. Si vierais con que suavidad la fotógrafa me movía los hombros, y con dos deditos me colocaba la cabeza. Hizo cuatro intentos. Me hacía la foto, meneaba la cabeza, yo decía “spasiva” e intentaba levantarme pero ella no estaba satisfecha. Y otra vez con delicadeza exquisita me movía los hombros, me levantaba la cabeza. Así cuatro veces por menos de dos euros. Y es verdad que he quedado guapo. O, bueno, interesante. Cuando mi poli fue a hacerse las fotos a otra tienda, le maquillaron pero le cobran cuatro veces más.

He advertido ese amor al trabajo bien hecho, o a lo mejor solo es orgullo del propio laboro, tres o cuatro veces ya en este país, contrastando con la desidia de los más. Cuando visité un centro de formación juvenil, donde me llevaron despacho por despacho para presentarme lo que hacían y quienes lo hacían, o en los mercadillos de la calle de San Andrés con un abuelo que me firmó su libro de fotografías o una babuska que me enseña como hace artesanalmente los vestidos de la muñeca que ya le he comprado y pagado.

Cuando termina nuestro paseo, regreso a casa que toca sesión de internet y de skype. (Aquí Internet se contrata por la cantidad de megas que te quieres bajar).

Lo del skype es un gran invento pero me tiene conectado a la cámara muchísimo más tiempo del debido. Con otro programa, Voipbuster, se puede llamar gratis a teléfonos fijos de 20 países, entre ellos España. Al revés, no.

A veces, mientras hablo por el skype escribo estas crónicas.

Después, mientras me tomo unas rebanadas de caviar rojo (caviar de salmón) con una cervecita o un chupito de vodka picante, leo. Durante esta fase estoy leyendo literatura ucraniana. Y acompaño la lectura y el caviar, escuchando en la tele alguno de los dos programas musicales que sintonizo. Mezzo, que programa música clásica, ballet o jazz y VH1 donde se oyen canciones del siglo pasado. Mi viejo y querido siglo pasado.

Y me duermo a las tantas echándote de menos. ¨Sí. Ya sabía yo que aquellas noches
de luna sin fulgor
de luna opaca
son temibles.
Se llega a cualquier ser humano
fácilmente
se conoce
su entrañable secreto
su gemido guardado
su nunca pronunciada palabra.
Se acaricia la piel bajo la piel
y la sangre escondida
dentro de la sangre.
Entonces, aquel hombre
- o aquella mujer - están desnudos
despojados, indefensos.
Y pueden ser heridos.
O adorados.
Sólo se necesita una noche de luna
pero de luna turbia:
una de esas noches
cuando las brujas tiemblan por temor
a los hombres.¨


(Ya Sabía Yo; poema de Julia Priluzky, ucraniana afincada en Argentina).

Lenin

Paseos por la ciudad (1)

Un día, paseando, me encontré con la estatua de Lenin. Creí que había desaparecido pero parece que, como el Che, es un símbolo más respetado. Son, todavía, símbolos de rebelión y no de poder.

La estatua ya la había visto en una guía que tengo en inglés de la ciudad, editada precisamente en Leningrado porque data de 1987, de antes de que se cayese el muro. Seguir esta guía es como estudiar una geografía de las desapariciones simbólicas. Nombres de calles, uso de edificios y museos, monumentos, han cambiado en estos 17 años.

Kapuscinsk comenta en “El Imperio” otras desapariciones menos simbólicas. Parece ser que compró un plano de Kiev acompañado de una lista de 254 edificaciones, palacios, iglesias, cementerios destruidos por los bolcheviques.

Estos días ha habido jaleo en Estonia, Letonia e incluso por aquí, porque quieren quitar monumentos soviéticos que conmemoran la victoria contra el nazismo. En Tallin se trataba de trasladar el monumento al soldado soviético caído en la Segunda Guerra Mundial y fue respondido por las agresiones realizadas por grupos radicales rusos contra el personal diplomático de la Embajada estonia en Moscú.

Tiendo a pensar que estas cosas ocurren más por rechazo al imperio ruso que por despreciar la lucha contra el nazismo. Y tampoco se puede olvidar que en estos países vive una importante minoría rusa (30 por ciento en Estonia y 38 por ciento en Letonia) que se siente discriminada y esa situación es germen de conflictos racistas.

Derribar monumentos a dictadores es otra cosa. Cuando se dio tanto eco mediático al derrumbamiento de la estatua de Sadam Hussein, yo pensé que nosotros teníamos que hacer lo mismo con la estatua de Franco de Nuevos Ministerios. Yo quería convocar a la prensa y hacer una fiesta con champán. Para Bush, como para la camarilla de Aznar, parece haber dos tipos de dictadores. Solo hay que ver lo mal, “revanchista” decían, que les pareció que acabasen quitando a Franco con nocturnidad. (Vale, MA, a alguna izquierda también le pasa con Castro).

Esto de los símbolos va por barrios. En el último congreso de CCOO, los polacos de Solidarsnoc se quedaron estupefactos de oírnos clausurarlo, cantando, o malcantando, “La Internacional”. Para ellos, después de haberse visto obligados a cantarlo en la escuela y en todas partes, “La Internacional” es un canto de opresión y no de solidaridad. Es su “cara al sol” y vete tú a explicarles la diferencia. Es como cuando a mí me querían explicar lo de la Falange autentica, la falange traicionada por el franquismo. Sonaba a milonga. Y sonaba a ”fachas”. Cuéntales tú a éstos lo de la revolución traicionada. O apuntales al troskismo.


Yo he visto inaugurar o clausurar congresos de sindicatos latinoamericanos con todos los delegados cantando el himno nacional. Si el nuestro tuviera letra eso sería impensable en nuestro sindicato. Se cantaría el himno vasco, el gallego, catalán, hasta alguna canción de Labordeta en Aragón, pero el himno nacional, no.

Y, lo siento, pero la cosa tiene su miga, porque mientras la derecha siga apropiándose de la bandera, del himno, de la Asociación de Victimas, más difícil parece que nosotros nos encontremos cómodos con estos símbolos, más difícil que se conviertan en un territorio común, en una herencia compartida.

Pero me voy por las ramas. El caso es que andaba yo paseando y me encontré con Lenin.

Kapuscinski calcula que en Ucrania habría 5000 monumentos de Lenin.
Toda fabrica, escuela, hospital, cuartel, puerto, estación de ferrocarril, universidad, grandes plazas, puentes, parques, aldeas, ciudades que se precie tenía un Lenin. Yo, para no ser menos, me he comprado un busto en el mercadillo que hay en la “subida de San Andrés”. Y ahora no sé donde ponerlo. Dos calvos en casa son una multitud.
El culto a Lenin esta comentado de forma divertido por Steinbeck en su "Viaje a Rusia" : "Más tarde fuimos a visitar el museo Lenin. Habitación tras habitación de retazos de la vida de un hombre. Supongo que no hay vida más documentada en la historia. Lenin no debió de tirar nada. Habitaciones y maletas enteras están llenas de pedazos de sus escritos, notas, diarios, manifiestos, panfletos; sus plumas y lápices, sus bufandas, su ropa, todo esta allí.

En este museo se saca la idea de que el mismo Lenin era consciente de su lugar en la historia. No sólo guardó cada retazos de su pensamiento y de su escritura, sino que sus fotografías están allí por ciento. Se le fotografiaba en todas partes, en todas las situaciones, y en todas las edades, casi como si hubiera previsto que alguna vez fuera a existir un museo llamado museo Lenin".

Y en el MP3 suena la banda sonora de “Habana Blues” que cantan:

“en un alma peregrina no existe ciudadanía
la bandera es un dilema, la patria y la geografía
donde quiera que me encuentre yo siento que es tierra mía”.



Noticias de mi vida

Para satisfacer la curiosidad más mundana, y responder a preguntas concretas de algunas lectoras, enviaré esta crónica un poco más cotidiana y volveré la semana que viene con mis reflexiones filosóficas.

Ya tengo casa. Un piso grande con un gran salón, mi dormitorio, y con un estudio con sofá cama doble para que vengáis a verme. Pero pedid la vez que os conozco y lo mismo os arremolináis que no venís. Y en algunos casos por no molestar, que sois muy tímidos.

El primero en venir pagará la novatada y sufrirá mis ignorancias de la ciudad, del ruso, de su cocina. Pero me pillará menos cansado y más entusiasta. En la casa he puesto Internet y me he bajado el skype, ese programa milagroso que permite hablar gratis de ordenador a ordenador y, si uno de los dos tiene webcam, y yo la tengo, verse. Estoy dispuesto a probar también el sexo telemático porque, a mis años, apenas me lo he hecho dos o tres veces por teléfono. Y no con el teléfono, brutos.

Además la casa tiene una bañera gigante, como para hacer un baño redondo, una bicicleta fija que por ahora apenas uso y ochenta canales de televisión por cable. Casi todos en ruso o ucraniano pero hay dos docenas en inglés y uno en francés y otro en chino. Había un euronews en castellano pero ha desaparecido con las tormentas de este fin de semana. Yo solo veo los deportes y algún canal musical que, por cierto, y no es obsesión, la mitad de las canciones se acompañan de video-clips eróticos.

A la casa se entra por uno de esos patios que aquí llaman “rusos”, un patio interior amplio con parque infantil, unas canchas de baloncesto y donde aparcan los coches los inquilinos, toman el sol tres o cuatro gatos y rapean algunos jóvenes. La fachada principal da a un cuartel de policía con tanque y todo. O me roban ellos o la seguridad es absoluta. Las entradas a los portales son siempre un poco siniestras pero el piso, un primero, está bastante bien.

Me he hecho burgués y en vez de tener la casa llena de papeles y comer en los restaurantes por la mañana y pizzas y chinos a domicilio por la noche, he contratado a una señora que limpia la casa, hace la compra y me prepara unos estupendos platos rusos: Borsch, una consistente sopa de remolacha, patatas, verduras y carne, o Golubtsi, col rellena con carne y arroz. A mi edad, familia U., renuncio a los principios, traiciono a Mafalda y vuelvo a la sopa. También prepara una especie de zumo de frutas que aquí llaman kompot y que es refrescante en verano. Mis propósitos de adelgazar están en peligro.

La casa está en Podol, el barrio del puerto y se halla a tan solo trescientos metros de la embajada. A otros trescientos está el metro y a seiscientos un mercado. Muy cerca queda el río, donde hay algunos barcos-restaurantes, otros barcos-hoteles y barcos-casinos. Ya lo dijo, más o menos así, Benedetti: “el amor es una bahía linda donde los barcos vienen y se van. Vienen con sirenas y cohetes y se van entre llantos y pañuelos. El amor es una bahía linda donde los barcos entran y se van pero vos, por favor, no te vayas”. De aquí salen los barcos que hacen el recorrido por el río. Son curiosos y ruidosos y al atardecer se convierten en discoteca.

Hablando de barcos parece que mi hermana ha puesto ya en el mar ese barco que he ayudado a arreglar y que era lo único que me faltaba para ser el soltero más cotizado de la diplomacia nacional. Un barco de quince metros y pico de eslora, con diez camas, que os adjunto en la foto. Dinero llama a dinero. (Os debo esa historia a algunos. O que la cuente mi hermano). En la ribera de enfrente hay una especie de playa, extensa y extendida, donde retozan los ciudadanos de Kiev. El agua no debe ser muy recomendable, por sucia, pero para tomar el sol, y aquí hemos tenido treinta grados desde hace semanas, debe estar bien.

Cerca de la casa también hay un pequeño jardín, con un estanque y un bar en medio, donde paso algunos anocheceres. Ya me conocen los dueños y me invitan a vodka. Las vendedoras de flores, antes de entrar al jardín-bar, piden permiso con la mirada a la dueña. Si esta se lo concede, entran y, al final, le regalan una rosa. He decidido frecuentar el lugar para hacerme el interesante. Hay un cuentecito de H. Boll , creo, que explica como, a base de insistir con regularidad en un hábito o costumbre, puede pasar uno de ser el excéntrico calvo que se hace entender por señas a ser el interesante diplomático español que viene a leer al barecito todas las noches a la misma hora,.


Ya doy clase de ruso. Una hora todos los días, a 10 dólares la hora. Esto de contar en tantas monedas me marea. La profe es una ucraniana interesante, maqueada, rubia y delgada desde luego, que intenta que yo ponga los labios no sé cómo y que entienda, después de haber tratado de entender las vocales inglesas, las consonantes rusas. Parece ser, pero yo todavía no le he comprobado en mis propias carnes, que uno puede hacer que una r se suavice, y que las mismas consonantes pueden ser duras como Bogart o blandas como yo si les añades otra consonante que, para más INRI, es muda. ¡Cómo si no fuera ya bastante estúpido lo de nuestra “hache”!. Incluso parece que se puede pronunciar un sonido que es shch. No me consta. A mí me suena todo a “eses” y a “ies”. Y me resulta tan complicado que aunque la profe me ponga los labios como me los ponga soy casi incapaz de pensar en el monotema. Me da que con el ruso voy a tener tanto éxito como con el inglés. Y es que tengo el oído musical de un pato.

En la calle no sé si los carteles están en ucraniano o en ruso y, además, todavía no sé si hay muchas diferencias entre ambos. El otro día para saber qué iglesia era la que estaba visitando transcribí un rotulo que había en la puerta y, todo diligente, se lo llevé a la profe, Ivanka, para que me lo tradujese. Lo hizo. Ponía “Orden de Liturgias” que debe ser un santo ortodoxo ucraniano del que en España no tenemos noticias.

Ya he empezado a trabajar. Visité a la viceministra de trabajo ucraniano para presentarme e interesarme por la situación del acuerdo sobre ordenación de flujos de trabajadores que deberíamos firmar, envío informes de la situación político-social ucraniana a pesar de no saber leer prensa del país, contesto consultas. Hasta he tenido mi primera reunión de coordinación con el embajador, la consejera económica, el cónsul, el 2º jefe y yo. He visitado un centro de FP por si pudiese servir de intermediario en la selección y formación de los trabajadores que necesiten los empresarios españoles, y he visitado a los encargados del departamento de adopciones. He colaborado en el stand español y racial (mantillas, abanicos y sombreros cordobeses, sangría y pincho de tortilla, guitarra flamenca y bailaora con bigote) del día de Europa en Ucrania. Pero de todo eso otro día me enrollaré más.

Y ¿a que dedico el tiempo libre?, que preguntaba la folclórica. La verdad es que me gusta mi soledad. Yo creo que ya era un poco maniático y me gusta eso de que nadie me mueva un papel, que no me interrumpan mis horarios, no tener obligaciones sociales. Ya sabes, L., que en el fondo, tras mis habilidades sociales, era un poco misántropo.

Paseo y observo, leo y escribo. He vuelto a navegar en barco para ver anochecer en el río y he vuelto a la opera, sin poli esta vez, para ver Tosca. Opera a 9 euros, con público entusiasta que, ingenuo como cuando el avión aterriza, hasta aplaude cuando matan a Scarpia, el policía malo. También he ido a ver Cascanueces. Iré más veces. Se entiende mejor que el cine y es barato.
Y, sorpresa, casi no sigo la prensa española. He pasado de devorar el periódico todos los días a consultarlo en Internet y guardar algunos artículos de opinión que luego olvido leer. Que lejos el ruin de Rajoy o el tonto de Simancas. Pero sé que podemos ser campeones de liga y, a pesar de Capello y el presidente, me hace ilusión volver a la Cibeles. ¿No era este el año de los siete trofeos del Barsa? Je, je, je.

la economía

Estuve tres días, quien me ha visto y quien me ve, usando alfiler de corbata. Pero, para que veáis que no he cambiado tanto, llevo casi una semana buscándolo.

Así que vamos a hablar algo de la “econosuya”. Aquí más “suya” que en otros sitios.

Según los datos de la Oficina Comercial el salario medio es de 190 euros; he dicho el medio, no el mínimo. Mis interlocutores nativos hablan de que el doble es un muy buen salario. Y sin embargo 190 euros es un salario mayor que el de Republica Dominicana. ¿Hay que explicar a alguien lo de los cayucos? ¡Que vengan y nos conquisten! Y que cada uno elija bando. Por vuestros lares parece que hay que optar entre “buenismo o nacionalsindicalismo”. Vosotros mismos.

Yo creo que esto va a ser como en las películas de ciencia ficción, con Europa como la fortaleza asediada, título ya de un libro, por miles de emigrantes. E invirtiendo en policías y muros en lugar de inversiones productivas, derechos humanos y ayuda al desarrollo. Por cierto, exjefes, si quieren que las embajadas sean la policía de visados hace falta una eficaz acción reivindicativa pidiendo recursos y medios para los Consulados. La gente espera semanas por falta de medios, primero para conseguir la cita, luego para que te concedan, o denieguen, el visado.

Otro dato de la Oficina Comercial, el PIB per capita es 1414 euros. Nosotros debemos tener casí veinte veces más. Y ellos lo ven, nos ven, por Internet o por la TV por satélite. O se lo cuentan las mujeres que trabajan en nuestro servicio doméstico. O se lo restriega su oligarquía con cochazos y guardaespaldas.

En las ciudades grandes, aquí hay cuatro o cinco, se gana más y la gente se traslada del campo a las urbes. En la Embajada también se paga mejor: algo más de 1000 dólares después de impuestos y cargas sociales. Y son los que pagan más impuestos de todo Kiev. Porque lo que ganan los ricos es todo en negro. Yo a mis caseros les pago en mano, en euros o dólares, y no quieren ni oír hablar de hacerles una transferencia bancaria. Mi profe de ruso, que está pluriempleada en clases particulares en la embajada, clases en una academia, traducciones de telenovelas para una productora y guía turística, y que se pasa corriendo de un lugar a otro de siete de la mañana a once de la noche, nunca ha cotizado a la seguridad social.
Yo, como siempre, estoy rompiendo el mercado con mis contrataciones. Así que entre lo que me timan por “guiri” y lo que me autotimo por “pringao” voy a ahorrar menos que en Madrid.

Si la ciudad resulta tan cara puede deberse a que parece que no hay clase media. O ricos o pobres y entonces a nosotros las cosas nos cuestan a precio europeo. Se ha formado una nueva oligarquía al estilo de lo que sucedió en Rusia. La vieja élite del partido, que ya vivía bien antes, ahora vive mejor. Se han hecho de derechas, se han adueñado de las empresas privatizadas, se han enriquecido de la noche a la mañana y no solo no ocultan su tren de vida sino todo lo contrario. Y como no les preocupa lo que pagan por el lujo, las tiendas de calidad del centro de la ciudad son más caras y “glamourosas” que en España.

Me resulta curioso lo de los restaurantes de lujo. Con esos precios están casi vacíos por lo que no alcanzo a entender de qué viven. Aquí sospechan que son tapaderas para blanquear dinero. Y el servicio no es más rápido porque estén más vacías.

Es tan barata la mano de obra que hay mucha gente en los trabajos quizás excesiva para el patrón español y no necesariamente, ya digo, el servicio es más ágil. Ésta también es una herencia del “socialismo real”. Por ejemplo, aparte de las taquilleras y la policía de andén, una señora con un gorro rojo y como una raqueta de ping pong del mismo color en la mano, en cada estación de metro hay una señora, con pinta de agente del KGB, vigilando que no se cuele nadie. Yo estoy tentado de hacerme el despistado y colarme para ver que hacen. ¿te muerden? ¿tocan un silbato? ¿te gritan en ruso?. El otro día iba a pasar demasiado velozmente, o al menos más rápido de lo que tarda la ficha, que hay que echar en una ranura, en llegar a su destino, y se disparo una barra que casi me golpea las piernas. ¡Qué susto! Y la “madama de los lavabos” mirándome con reprobación. Seguramente se lamentaba de que no me hubiese dado.

El caso es que hay mucha gente en los puestos de trabajo y en algunas tiendas de alimentación están esas personas muy especializadas. Así en una tienda con un mostrador de 6 metros hay dos personas. Una con una cola enorme para los lácteos; otra, sentada en la silla, para los embutidos. Y vete tú a preguntar en el sitio equivocado.

Es lo malo de una buena herencia. Hay más puestos de trabajo pero más rígidos y menos eficientes.

¿Y los pisos? En el periodo soviético, un alquiler apenas se llevaba un 5% del sueldo. Ahora la vivienda de calidad es más cara que la de Madrid.

Otra peculiaridad, quizás también herencia del pasado, es que en muchos sitios no se ve desde el exterior lo que se vende o lo que se sirve. No hay escaparates. Es posible que ellos no los necesiten porque entienden los rótulos ucranianos pero, digo yo, que es bueno ver la mercancía desde el exterior. En muchos sitios son sótanos y para acceder hay que bajar por unas estrechas escaleras. Imagino que puede tener que ver con la falta de locales comerciales en los bajos de los edificios pues aquí son pisos o con la necesidad de tener pequeños negocios más o menos clandestinos aunque consentidos. No sé. Estoy un poco harto de inventarme historias. Algunos centros comerciales también están bajo suelo.

En el centro si hay escaparates pero es que allí se han instalados las grandes tiendas occidentales y se nota.

El otro día dando un largo paseo descubrí un lugar señalizado con letreros luminosos de neón que decía Café Internet señalando hacia uno de esos patios interiores que son frecuentes en estas edificaciones ucranianas. Entré y le perdí la pista al café. Ni un rotulo ni un cartel. Di la vuelta al patio y, finalmente, al lado de por donde había entrado, encontré una especie de sello-graffiti donde estaba anunciado. Entré y me encontré en la más absoluta oscuridad. Bajé a oscuras, sintiendo que pisaba barro o algo gelatinoso que resultó ser una de esas alfombras de césped o algo así y desemboqué en el Café Internet que no servía cafés ni bebidas ni alimentos pero que, al menos, tenía una buena instalación informática. Al salir me di cuenta de que tras la puerta había un interruptor de la luz pero yo no estoy acostumbrado a entrar en los comercios y buscar la luz.

Os adjunto las fotos de mi paso por el cibercafé.


Kiev (junio 2007)

Un cantautor dijo que las ciudades son libros que se leen con los pies.

Y yo me pateo mi nueva ciudad para aprenderme sus calles, edificios, metros y monumentos. Es cuestión de necesidades. Como yo no sé conducir, camino. Varios de los españoles de la embajada que ya llevan aquí meses, ni siquiera sabían que se podía navegar en barco. Yo lo hice el primer fin de semana.

La ciudad me gusta, aunque hay fundadas dudas sobre mi gusto estético. Tiene colores, amarillos, naranjas, rosados, azules, en las fachadas como esa islita al lado de Murano en Venecia, cuyo nombre no recuerdo; tiene curvas en sus edificios, tiene árboles y flores; tiene fachadas ornamentadas; tiene amplitud. Yo creo que hay bastante barroco (o neobarroco, vaya usted a saber) y art-nouveau.


La gente se echa a la calle en cuanto sale el sol. Van al centro y lo invaden. Los festivos cierran la calle principal al tráfico. Al principio pensé que era como en los 60 en las ciudades de provincia españolas cuando se salía a pasear y alternar por la calle mayor. Eso sí; aquí lo hacen con minifalda, cercanía física y botellón. Un botellón especial. De cerveza y las van comprando en los puestecitos de la calle y pasean con ella en la mano. (Es curioso encontrarse a la gente en cualquier lugar de la ciudad con una cerveza en la mano). Ahora pienso que Kreshchatik, que es el nombre de esta calle principal, es más bien como una discoteca donde los jóvenes acuden a relacionarse de forma barata.

Kapuscinski, un periodista polaco, perseguido por cierto por los gemelos, que me han recomendado para que me ayude a conocer el postsocialismo, lo cuenta así en “El Imperio” (escrito en 1992):

"(Kiev) Es la única de las grandes ciudades de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en la que las calles sirven no para escabullirse a casa lo más deprisa posible, sino para caminar, para pasear por ellas…

Es cálida, tranquila, mimada por el sol. Por la tarde, el centro se llena de multitudes de gente, unas multitudes, además, no políticas, que no se congregan para manifestarse sino que sencillamente, ha salido de sus agobiantes y estrechas oficinas y viviendas para tomar un poco de aire fresco, y así se ven miles de transeúntes….

La ciudad está situada sobre colinas, de ahí que algunas calles sean muy tortuosas y empinadas. Desde lo alto de las colinas se ve el valle del Dnieper y el río, desparramado como el Amazonas, como el Nilo, tranquilo, apacible, con un número ilimitado de afluentes, bahías e islas….

La arquitectura es tema para un relato aparte. Aquí pueden contemplarse todas las épocas y todos los estilos: desde monasterios e iglesias ortodoxas medievales que se han conservado por milagro hasta el horroroso realismo socialista estaliniano. Y entre ambos extremos, el barroco, el neoclasicismo y, sobre todo, el modernismo, profuso y exuberante."

Más allá del centro la ciudad es mas tranquila y silenciosa, más vacía, ¿más muerta, tal vez? Pero sigue siendo hermosa en sus edificios, en sus grandes avenidas, en la ausencia de rascacielos que están en la otra orilla del río.
Paseando te puede ocurrir de todo. El otro día me abordó uno que decía ser de Bangla Desh y me contó la típica historia de turista robado, apaleado, engañado, ignorado por la policía, desatendido por los bancos y los funcionarios de Correos. Esas historias que me contaba B. en las sobremesas para aterrorizarme y hacerme desistir de venir aquí. Yo tenía pesadillas y, en vez de rubias, me perseguían mafiosos.

Naturalmente la historia del indio, desconozco como cuernos puede declinarse el gentilicio de Bangla Desh, (no te hagas el listo R.B., yo también se buscar en google) es una historia que despierta la solidaridad natural de cualquier turista, harto de ver que no le entiende nadie y siempre receloso de que le estén engañando. Así que le di 200 Hryvnias. Si es difícil escribirlo, imaginadme pronunciándolo. Vale, le di 30 euros.

¿Era un timo? ¿Era verdad? Esta vez no lo sé. El inglés es lo que tiene, que confunde mucho. Yo creo que se lo di por no tener que seguir entendiéndole y respondiéndole en inglés. Es que me he acostumbrado a que no me entiendan por señas y como que estoy a gusto oyéndoles darme explicaciones en ucraniano, mientras sonrió y murmuro la única palabra rusa que sé: “spasiva”.

Hace tres años sí que me timaron en París y tardé en darme cuenta diez minutos. Otro turista italiano me contó otra milonga, sin dinero, sin tarjetas, y a cambio de dinero me ofrecía dos chupas de cuero de autor. Ahí me pudo la codicia, como éramos los pobres, y fui a aprovecharme de ese pobre señor en situación de necesidad. Total, por 150 euros, dos chupas de “fulaniti menganitti”, ahí es nada.

Nunca me cupieron las chupas, nunca supe de que material estaban hechas, y por allí andan embelleciendo mi autentico “fondo de armario”.

mis mujeres imposibles

Fui a la Filarmónica con la poli. Adivinar la compañía debía ser fácil para quienes me conocen un poco. Saben que yo no soy nadie sin el lenguaje. Y es verdad. Yo soy de los que descubrieron sin problemas el punto G de las mujeres.

Está en el oído. Así que necesito el lenguaje. Pero en este caso el asunto fue más sencillo. En la embajada le dieron dos entradas y andaba buscando compañía, estando yo delante frente al ordenador comunal. Porque no os lo he dicho todavía pero no tengo línea propia para Internet o el correo electrónico y he de bajar a Secretaría donde hay un puesto colectivo. Allí estaba yo enviando estas crónicas cuando Rocío, se llama así, como la humedad de los campos al despertar, Rocío, digo, después de dos o tres llamadas buscando socio me miró y me dijo: “Tú no querrás ir, ¿verdad?

En ese mismo momento me hice melómano (“memomano” lo soy desde hace tiempo).

Naturalmente, llevaba dos semanas fuera de España, me cautivó. Una poli simpática, culta, melómana, desenvuelta, sin complejos, guapa. Me cautivó. Eso no quiere decir nada. Esa misma tarde-noche también me cautivó una violinista de rasgos orientales, hermoso cuello y largos dedos Y una chelista de cabellos rizados. Yo es lo que tengo, que como no soy yanquee he nacido para ser cautivo.

La muy madero no me hizo ni caso. No es que eso me desanimase mucho porque yo soy de carreras de fondo y si algo defiendo del marxismo es que el “sexo es para quien se lo trabaja”. Pero me comentó que se vuelve a Valladolid en tres semanas y eso sí que es un obstáculo insalvable, Valladolid no, las tres semanas. Ya lo he explicado antes, que yo soy corredor de fondo y necesito tiempo para seducir. Ahora, en la soledad del apartahotel, imagino las cosas que podríamos haber hecho con su uniforme, su porra, sus esposas y su canesú. También es casualidad, MA sé que lo has pensado, que sea de Valladolid. ¿Estaremos gafados?

Rocío me explicó que hay operas con frecuencia y que son baratas. Que tienen una buena cultura musical de base y grandes concertistas. La creí. La hubiera creído cualquier cosa.

Al día siguiente conocí a Ira. Morena y chiquita era mi tipo. Expliquémonos. Hay gente mal pensada que piensa que yo no tengo tipo, que me gustan todas. Y sin dejar de tener algo de razón, yo soy un hombre afortunado que sabe encontrar la belleza en todas las mujeres, debo de reconocer que las muñequitas me pierden.

A Ira, todavía no sabía que se llamaba Ira, la encuentro por la mañana frente a la catedral de San Vladimir. La miro y, puesto que no tengo nada mejor que hacer, la sigo durante 200 metros por si he conseguido, iluso de mí, captar su atención.

Obviamente no se da la vuelta ni una sola vez, no cruza su mirada conmigo en ningún momento y yo desisto. Sigo fotografiando cúpulas. ¡Uy!

Casualidades del destino, la vuelvo a encontrar por la tarde, cerca del cibercafé que frecuento algunas veces. Vuelvo a mirarla seductoramente. Pero, ¿quién me habrá dado esperanzas de que con mi mirada de miope consiga algo?

Ella está parada y yo sigo andando. Y, milagro de san vladimiro ulich ulianov, alias lenin, no he dado ni 10 pasos y esta a mi lado, hablándome.

Me quito el mp3 y veo que me tiende una tarjeta con unas chicas desnudas, un numero de teléfono y un rotulo. Mahon. Estoy a punto de murmurar, “NEIN, spasiva,” cuando veo que me tiende otro papelito hecho a mano, como un posit, donde junto al teléfono de un móvil escrito a bolígrafo dice Ira. Decido escuchar: se ofrecía a enseñarme el tal Mahon pero si ahora yo no podía me dejaba su teléfono personal por si quería que me lo enseñara otro día. Me como el nein y le contesto en inglés, como ella me había hablado. “Thank you very much; you are so kind”.

Y me voy al apartahotel a devorarme de impotencia.

En el MP3 Pedro Guerra canta:

“Esa chica baila y se acaricia, se acaricia,
sabe ser amable y ser actriz,
sabes que ese nombre no es su nombre
pero a quien le importa ese matiz.
Todo lo que siempre deseaste, deseaste,
todo lo que buscas estas allí.
Y nadie pregunta si viene o si va,
si vas a quedarte, si luego te iras.
La chica que baila te invita a soñar
y bailan tus sueños detrás del cristal
y bailan tus sueños detrás del cristal

Sabes que ese nombre no es su nombre,
sabes que no es gratis la función,
sabes que ella miente y no te importa, no te importa,
se acaricia y nunca habla de amor.

Ella es la mujer de tus deseos
con los ojos verdes como el mar.
A ella no le importa si eres feo, si eres feo,
si tu pagas ella bailará.

Y nadie pregunta si viene o si va,…

En la calle todo es tan difícil
nunca pude hacer lo que sentí
y las chicas corren y se esconden, y se esconden,
y se van tras lo que nunca fui….

Y nadie pregunta si viene o si va …”






Os adjuntofotos que me envía mi hermano. Como no podía ser menos puesto que compartimos algunos genios y genes, él también coquetea con alguna rubita y hasta ha conseguido que pierdan la cabeza por él.

aterrizando

Llueve con frecuencia. No sé si también en Madrid. Hace entre 20 y 25 grados, incluso por la noche el termómetro marca 15 grados. La lluvia interrumpe a veces mis paseos por el centro. Aquí, en algunos barrios, no hay escaparates y parece darles igual que compres o no. ¿Exceso de mano de obra, heredada de la Unión Soviética?. El tema económico-social lo tratare en otro informe.

Estoy feliz en el centro. Soy un gato de ciudad, un parisino, bebiendo gente, luces y ruido. Frecuento el cibercafé, ando en metro y, ya sé quienes se horrorizarán, compro comida en los puestos de la calle. Pero vamos a ver, almas de dios, si comiendo esa comida las rubias han salido así de lustrosas ¿no habrá que dar un voto de confianza al fast food nativo? ¿Qué es lo peor que me puede pasar? ¿Qué me salga pelo rubio? ¿Qué adelgace? Pues solo faltaba volver a Madrid con dinero, delgado y con flequillo.

Realmente lo hago por ahorrar del palo del hotel de 210 dólares. (Tener un dinerito y volverme roñoso ha sido todo uno, para que luego cuestionen el materialismo dialéctico).

Y sigo buscando una casa grande con suficientes habitaciones para que quepáis cuando vengáis a verme, pero he de reconocer que la que tengo ahora me gusta. Más espaciosa que alguna de mis casas madrileñas, con techos grandes, luminosa, quizás demasiado porque aquí amanece muy temprano y a las cinco ya hay luz y no tiene persianas, solo cortinas. Lo único que le falta es lavadora. Y mamá está tan lejos.
Mis primeras gestiones laborales (menos mal que por fin parece que hago algo, me estaba entrando complejo de PS y me estaba gustando) tienen que ver con “los niños de la guerra”. Ése será uno de mis asuntos; otro, la contratación de trabajadores ucranianos a solicitud de empresas españolas, sobre todo como temporeros (ya he hablado con Freshuelva). También las adopciones (de niños, no de rubias).

Y montar la oficina, abrir cuentas, contratar dos personas, crear una pagina web, informar de la situación laboral del país a nuestro Ministerio y ver si se puede hacer algún tipo de cooperación con la Administración Laboral de aquí.

No sé cuanto trabajo supondrá al final, pero el horario es de 8 a 15,30 con pausa para comer incluida y metiendo en jornada laboral, como indica la plataforma reivindicativa, las clases de ruso. Empiezan en junio.

El que no tiene horario es el Cónsul, guapo, elegante y soltero. Es el otro guapo y elegante soltero de Kiev.

El Consulado atendió 40 mil visados el año pasado. Además lidia con 150 entrevistas matrimoniales, de las cuales 106 fueron aprobadas, y 181 expedientes de adopción que es una de las cosas, entre otras, que me va a pasar a mí. Y además las labores de representación y otras cosas que desconozco. Es el 2º consulado de Europa en número de visados. Estos días el Cónsul está feliz no solo porque haya llegado yo para quitarle trabajo y, de paso, alegrar la vida de la embajada, sino porque ha conseguido autorización para “externalizar” gran parte de los servicios de visado. Externalizar, también aquí, joder. Creo que se lo pasan a una empresa india que recoge, clasifica y comprueba o verifica la documentación y luego se la pasa a la embajada que es quien, faltaría más, toma las decisiones finales. Otro capitulo, ya os debo dos, lo dedicaré a la burocracia kafkiana.

Pero volvamos a los “niños de la guerra”. Algunos viajan a España con el Inserso o lo que sea ahora. A Ucrania le dieron cinco plazas pero solo viajaron tres porque el resto no podía. Yo creo que la frasecita esa de “no estar para muchos trotes” la inventaron al mismo tiempo que los viajes del Inserso.

Además, el Ministerio les paga una pensión asistencial y otra por “niños de la guerra” que tengo que gestionar cada año presentando fe de vida y justificante de ingresos de los 25 que residen aquí. Espero poder ir a verles y que me cuenten batallitas para poder trasmitíroslas

El Mº de Trabajo tiene un contrato con una aseguradora para asistencia medica pero la tal aseguradora está en Rusia y parece que nadie de acá la usa. Así que mi primera gestión exitosa ha sido conseguir que nos den permiso para contratar con una aseguradora de aquí.


El resto de mis problemas laborales son, ¡por fin!, los de un típico funcionario: cuándo se cogen los “moscosos”, cuál es la mejor fecha, averiguar si se pueden acumular, entre ellos o con las vacaciones, si hay que justificarlos, y demás preguntas propias de mi condición laboral. Ya podéis imaginarme estudiando fijamente el calendario para aprovechar mejor las fiestas.

la tv

Desmontemos algunos mitos. No es cierto que todas las contratadas de la Embajada sean modelos, como me avisaba la muchacha de I.. Hay una, Olguita, de ojos lindísimos que habla con una vocecita de niña pequeña, combinación mágica que, cual mi vestuario, puede resultar ridícula o morbosa. Afortunadamente tiene 22 años y L2 ya me ha vacunado contra las Lolitas. Hay otra, que veo apenas, tipo rubia perfecta. Está también la interesante profesora de ruso. Y ya. Todas las demás son normalitas.

Caso aparte, la rubia, aunque española, jefa de seguridad, encima vestida de uniforme de policía.

El caso es que la cosa, la única, ha mejorado muchísimo con mi cambio de domicilio. Me he mudado al centro-centro y el nivel de las rubias ha subido hasta el extremo de poner en peligro mi media ponderada de onanismo y mi aletargada vocación de colibrí.

(Alguien puede pensar que se está nublando la ecuanimidad de mi juicio con la soledad. Puede ser, pero no lo creo.)

El caso es que me he buscado la vida, he abandonado el dorado tutelaje de la embajada y he alquilado un apartamento por días. He pasado de los dorados 210 dólares, joder, cuan rácanos que somos los nuevos ricos, a 70 y me he situado en el mismísimo centro de Kiev, al lado de concurridas calles, manifestantes y tiendas de moda y lujo. He empezado a buscar piso y he visto una maravilla de 90 metros cuadrados a 2000 dólares al mes. Para que luego digan de Madrid. Claro que son precios que le dan a la embajada y a lo mejor buscando por mi cuenta y desempolvando mi ruso encuentro algo ….

Algunos o algunas os preguntareis que hago aquí, aparte de turismo, voyeurismo y estilismo. Yo también.

La verdad es que llevo apenas cinco días de trabajo porque entre el viaje, el fin de semana, el 9 que fue Día de la Victoria, apenas he tenido tiempo para ir poniéndome al día.

Día de la Victoria ¿sobre quién? No me he enterado. Supongo que estos, como todos, ganaron a algunos y perdieron con otros. En esto no sé si hay empates. Mi exjefe sí que sabe de historia y se sabe que aquí, en el mismo granero de Europa, hubo una gran hambruna con Stalin y se cargaron a millones de campesinos. Pero yo solo sé, como Brassens, que “cuando oigo la música militar/ yo me quedo en la cama igual”.




¡Qué triste! Por aquí pasean, aparte de las rubias, viejitos y viejitas con las solapas llenas de insignias y condecoraciones. Orgullosos. Supongo que las insignias, si no las compraron en el mercadillo, se las puso Stalin así que no comprendo su entusiasmo. Supongo que es porque yo no viví la Gran Guerra Patriótica, que es como llaman aquí a la 2ª guerra mundial. Mi exjefe parece que la vive aun porque se la sabe entera con numero de muertos por uno u otro gran caudillo. Le gustaría la tele de aquí llena hoy de ofrendas, desfiles, entrevistas a viejitos y películas bélicas.

Steinbeck comenta a propósito de un óleo de Stalin que encuentra en su “Viaje a Rusia” que “llevaba toda sus condecoraciones, que son muchas. En el cuello la Estrella Dorada, que es la condecoración más alta de los Trabajadores Socialistas Soviéticos. En el pecho, a la izquierda, arriba, el galardón más deseado de todos: la Estrella Dorada al Héroe de la Unión Soviética, que corresponde a nuestra medalla de oro del Congreso. Debajo de ésta, una hilera de medallas de campaña, que indican las acciones en las que ha estado. Y a la derecha del pecho, una serie de estrellas en oro y esmalte rojo. En lugar de cintas como las que llevan nuestras tropas, se acuña una medalla por cada gran combate del ejército soviético: Stalingrado, Moscú, Rostov, etc. y Stalin las lleva todas. Como mariscal de los ejércitos soviéticos, los dirigía todos.”

A mi me alegra que en España ya no tengamos Fiesta de la Victoria, aunque espero que no la hayamos sustituido por esa torpeza del día de la hispanidad sino por el día de la Constitución que es un patriotismo como más democrático, ciudadano, cosmopolita.
Rectifico lo de la tele. Mientras escribía tenía la tele puesta sin sonido, ¿para qué?, echando una ojeada a una especie de “gran hermano” con top models y al ver los títulos de crédito veo que es británico y del 2005. (Otro programa que veo al despertarme, qué casualidad, es “modelos, 90 60 90” y es argentino también de esta década). O sea, que a lo mejor su tele no es tan antigua. Las otras opciones posibles en los 25 canales de mi tele son partidos de fútbol de la liga ucraniana, películas de realismo socialista en blanco y negro, películas de realismo postsocialista en color, películas antiguas de holliwood, (el doblaje es un señor hablando sin entonación por encima de la voz de los actores), noticiarios, telenovelas, teletiendas, y varias versiones de los 40 principales ucranianos que, estos sí, parecen el festival de Benidorm antes de que lo modernizara Zaplana. El otro día vi una competición entre un polaco y un ruso a pulsos de esos de los brazos. Me sentí como viendo la televisión vasca. Ganó Oleh Budarin, el polaco, pero no saquéis conclusiones políticas.

A lo mejor el que se ha quedado en los años 60, y tanto el 68 como el 69 me parecen buenos años, soy yo porque he de confesaros que estoy harto de días de la victoria y que, aunque rompa el tono frívolo de estas mis epístolas, la única victoria que me merecería una fiesta sería la victoria sobre la pobreza, sobre la injusticia, sobre nuestros miedos. ¡Qué antiguo me pongo en este país!


La de la foto es la Lolita de ojos claros.

la llegada (mayo 2007)

Vamos a ver, las cosas no son tan graves como las pintaba B. o la muchacha ucraniana de I. ni tan estupendas como me las planteaba yo.

Aunque el yak ése que se estrelló con Álvarez Cascos era ucraniano, yo no me acordaba y viajé tranquilo en mi inconsciencia. El vuelo, de las líneas regulares, llegó a su hora el día señalado. Y los pasajeros ucranianos, con ingenuidad o, ellos también, con inconsciencia, aplaudieron cuando el piloto tomó tierra. Para mí que aplaudieron demasiado pronto, y lo seguirán haciendo en todos mis viajes posteriores, cuando el avión toma contacto con la pista pero aún no ha frenado del todo. Pero, ¿quién soy yo para empezar a juzgarles ya?

Poco tiempo después leería en Steinbeck, “Viaje a Rusia”, una serie de reflexiones que hice mías sin vacilar. Solamente hay que cambiar URSS por Ucrania:

“En el momento que se supo que íbamos a la Unión Soviética fuimos bombardeados de consejos, reprobaciones y advertencias, todo sea dicho, por parte de personas que nunca habían estado allí."

O "Tras escuchar toda esta información llegamos a la conclusión de que el mundo de Sir John Mandeville en absoluto había desaparecido, que seguía habiendo hombres de dos cabezas y serpientes voladoras. Y efectivamente, mientras estuvimos fuera aparecieron los platillos volantes, lo que no ayuda a invalidar nuestra teoría. Y ahora nos parece que la tendencia más peligrosa en el mundo es el deseo de creer un rumor más que el de precisar cualquier dato.

Fuimos a la Unión Soviética con el mejor equipamiento de rumores que se ha reunido jamás en un lugar."

Y como ellos yo también decidí que "no debíamos ir con resentimientos y debíamos intentar no ser ni críticos ni favorables. Intentaríamos hace un relato honesto, escribir lo que viéramos y oyéramos sin opinar, sin sacar conclusiones sobre cosas acerca de las que no sabíamos lo suficiente, y sin enfadarnos por los retrasos de la burocracia. Sabíamos que habría muchas cosas que no entenderíamos, muchas cosas que no nos gustarían, muchas cosas que nos harían sentir incómodos. Esto siempre sucede en los países extranjeros. Y decidimos que si había crítica sobre alguna cosa serían después de verla, nunca antes.”



El canciller me había buscado un hotel cerca de la Embajada. No era gran cosa y es caro pero ya me estoy buscando un apartamento a 80 dólares el día con el que espero sobrevivir hasta encontrar la casa de mis sueños.

No hay mafias rondando por acá ni nada que se le parezca. Digo: visibles grupos de matones o similares. Habrá mafias pero están a sus peleas y nos dejan en paz. Es una ciudad bastante tranquila y segura, hasta el punto que el cónsul afirma que una muchacha puede hacer dedo a las tres de la madrugada y, lo siento A. y L2., volver intactas. Yo he entrado a cenar en un tugurio con carta solo en ucraniano y he sobrevivido: cerveza, (piba o algo así), bolas de queso mozarella, ensalada griega y filete de pollo. Después vodka 100 ml. Total con suficientes propinas por el esfuerzo de entenderme (hablan menos ingles que L3.) 15 euros. Ha sido de los mejores días comiendo porque otros que he ido invitado a restaurantes típicos (de Georgia o de aquí) la comida ha resultado muy fuerte: parece hecha para acompañar el vodka.

He cogido el metro, similar estructura al de Moscú pero mas feo, y sigo sin necesitar coche. Voy a aprender ruso y espero tardar menos que con el inglés.

Ayer hacía 17 grados aunque la sensación de frío puede ser mayor por el aire, el río o yo que sé. Paseé en Barco. La ciudad es bonita aunque hartará a los 6 meses pero imagino que para entonces el pastón que espero tener me haga olvidar el aburrimiento y el frío. Del 15 de diciembre al 15 de enero pienso tomarme vacaciones. Y así pasar menos frío.

He visitada Santa Sofía, donde hay esos cuadros bizantinos tan bonitos que visteis en los libros de arte los que no hicisteis la Logse y he rezado por la princesita.

Las rubias muy delgaditas, con tacones y muy arregladas pero acostumbrado a la española, esa que cuando besa lo hace de verdad, tampoco son tanta cosa. Espero equivocarme.

No creo que haya mucho tráfico ilegal con los visados. El cónsul es bastante rígido y no lo permitiría.

Me he puesto el traje ya los dos días de curre y aunque la corbata me sienta estupenda será por ahí por donde acabe cagándola. Eso de la combinación de colores nunca ha sido mi fuerte. Y me quito la chaqueta en el despacho ¿se puede?. (MA dice que no) El que va hecho un primor es el cónsul: pura elegancia.

Voy a ver si puedo, si sé, colocar una foto mía con mi uniforme de sport. Dudo sobre la combinación de naranja y rojo. Pero es que convertirse en un pincel lleva tiempo ... y dinero. Y otra, arriba, de servidor en traje de trabajo. Para que, a pesar de los pesares, vislumbréis el cambio de un elefante en la cacharrería ucraniana
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