sábado, 1 de noviembre de 2008

Noticias de mi vida

Para satisfacer la curiosidad más mundana, y responder a preguntas concretas de algunas lectoras, enviaré esta crónica un poco más cotidiana y volveré la semana que viene con mis reflexiones filosóficas.

Ya tengo casa. Un piso grande con un gran salón, mi dormitorio, y con un estudio con sofá cama doble para que vengáis a verme. Pero pedid la vez que os conozco y lo mismo os arremolináis que no venís. Y en algunos casos por no molestar, que sois muy tímidos.

El primero en venir pagará la novatada y sufrirá mis ignorancias de la ciudad, del ruso, de su cocina. Pero me pillará menos cansado y más entusiasta. En la casa he puesto Internet y me he bajado el skype, ese programa milagroso que permite hablar gratis de ordenador a ordenador y, si uno de los dos tiene webcam, y yo la tengo, verse. Estoy dispuesto a probar también el sexo telemático porque, a mis años, apenas me lo he hecho dos o tres veces por teléfono. Y no con el teléfono, brutos.

Además la casa tiene una bañera gigante, como para hacer un baño redondo, una bicicleta fija que por ahora apenas uso y ochenta canales de televisión por cable. Casi todos en ruso o ucraniano pero hay dos docenas en inglés y uno en francés y otro en chino. Había un euronews en castellano pero ha desaparecido con las tormentas de este fin de semana. Yo solo veo los deportes y algún canal musical que, por cierto, y no es obsesión, la mitad de las canciones se acompañan de video-clips eróticos.

A la casa se entra por uno de esos patios que aquí llaman “rusos”, un patio interior amplio con parque infantil, unas canchas de baloncesto y donde aparcan los coches los inquilinos, toman el sol tres o cuatro gatos y rapean algunos jóvenes. La fachada principal da a un cuartel de policía con tanque y todo. O me roban ellos o la seguridad es absoluta. Las entradas a los portales son siempre un poco siniestras pero el piso, un primero, está bastante bien.

Me he hecho burgués y en vez de tener la casa llena de papeles y comer en los restaurantes por la mañana y pizzas y chinos a domicilio por la noche, he contratado a una señora que limpia la casa, hace la compra y me prepara unos estupendos platos rusos: Borsch, una consistente sopa de remolacha, patatas, verduras y carne, o Golubtsi, col rellena con carne y arroz. A mi edad, familia U., renuncio a los principios, traiciono a Mafalda y vuelvo a la sopa. También prepara una especie de zumo de frutas que aquí llaman kompot y que es refrescante en verano. Mis propósitos de adelgazar están en peligro.

La casa está en Podol, el barrio del puerto y se halla a tan solo trescientos metros de la embajada. A otros trescientos está el metro y a seiscientos un mercado. Muy cerca queda el río, donde hay algunos barcos-restaurantes, otros barcos-hoteles y barcos-casinos. Ya lo dijo, más o menos así, Benedetti: “el amor es una bahía linda donde los barcos vienen y se van. Vienen con sirenas y cohetes y se van entre llantos y pañuelos. El amor es una bahía linda donde los barcos entran y se van pero vos, por favor, no te vayas”. De aquí salen los barcos que hacen el recorrido por el río. Son curiosos y ruidosos y al atardecer se convierten en discoteca.

Hablando de barcos parece que mi hermana ha puesto ya en el mar ese barco que he ayudado a arreglar y que era lo único que me faltaba para ser el soltero más cotizado de la diplomacia nacional. Un barco de quince metros y pico de eslora, con diez camas, que os adjunto en la foto. Dinero llama a dinero. (Os debo esa historia a algunos. O que la cuente mi hermano). En la ribera de enfrente hay una especie de playa, extensa y extendida, donde retozan los ciudadanos de Kiev. El agua no debe ser muy recomendable, por sucia, pero para tomar el sol, y aquí hemos tenido treinta grados desde hace semanas, debe estar bien.

Cerca de la casa también hay un pequeño jardín, con un estanque y un bar en medio, donde paso algunos anocheceres. Ya me conocen los dueños y me invitan a vodka. Las vendedoras de flores, antes de entrar al jardín-bar, piden permiso con la mirada a la dueña. Si esta se lo concede, entran y, al final, le regalan una rosa. He decidido frecuentar el lugar para hacerme el interesante. Hay un cuentecito de H. Boll , creo, que explica como, a base de insistir con regularidad en un hábito o costumbre, puede pasar uno de ser el excéntrico calvo que se hace entender por señas a ser el interesante diplomático español que viene a leer al barecito todas las noches a la misma hora,.


Ya doy clase de ruso. Una hora todos los días, a 10 dólares la hora. Esto de contar en tantas monedas me marea. La profe es una ucraniana interesante, maqueada, rubia y delgada desde luego, que intenta que yo ponga los labios no sé cómo y que entienda, después de haber tratado de entender las vocales inglesas, las consonantes rusas. Parece ser, pero yo todavía no le he comprobado en mis propias carnes, que uno puede hacer que una r se suavice, y que las mismas consonantes pueden ser duras como Bogart o blandas como yo si les añades otra consonante que, para más INRI, es muda. ¡Cómo si no fuera ya bastante estúpido lo de nuestra “hache”!. Incluso parece que se puede pronunciar un sonido que es shch. No me consta. A mí me suena todo a “eses” y a “ies”. Y me resulta tan complicado que aunque la profe me ponga los labios como me los ponga soy casi incapaz de pensar en el monotema. Me da que con el ruso voy a tener tanto éxito como con el inglés. Y es que tengo el oído musical de un pato.

En la calle no sé si los carteles están en ucraniano o en ruso y, además, todavía no sé si hay muchas diferencias entre ambos. El otro día para saber qué iglesia era la que estaba visitando transcribí un rotulo que había en la puerta y, todo diligente, se lo llevé a la profe, Ivanka, para que me lo tradujese. Lo hizo. Ponía “Orden de Liturgias” que debe ser un santo ortodoxo ucraniano del que en España no tenemos noticias.

Ya he empezado a trabajar. Visité a la viceministra de trabajo ucraniano para presentarme e interesarme por la situación del acuerdo sobre ordenación de flujos de trabajadores que deberíamos firmar, envío informes de la situación político-social ucraniana a pesar de no saber leer prensa del país, contesto consultas. Hasta he tenido mi primera reunión de coordinación con el embajador, la consejera económica, el cónsul, el 2º jefe y yo. He visitado un centro de FP por si pudiese servir de intermediario en la selección y formación de los trabajadores que necesiten los empresarios españoles, y he visitado a los encargados del departamento de adopciones. He colaborado en el stand español y racial (mantillas, abanicos y sombreros cordobeses, sangría y pincho de tortilla, guitarra flamenca y bailaora con bigote) del día de Europa en Ucrania. Pero de todo eso otro día me enrollaré más.

Y ¿a que dedico el tiempo libre?, que preguntaba la folclórica. La verdad es que me gusta mi soledad. Yo creo que ya era un poco maniático y me gusta eso de que nadie me mueva un papel, que no me interrumpan mis horarios, no tener obligaciones sociales. Ya sabes, L., que en el fondo, tras mis habilidades sociales, era un poco misántropo.

Paseo y observo, leo y escribo. He vuelto a navegar en barco para ver anochecer en el río y he vuelto a la opera, sin poli esta vez, para ver Tosca. Opera a 9 euros, con público entusiasta que, ingenuo como cuando el avión aterriza, hasta aplaude cuando matan a Scarpia, el policía malo. También he ido a ver Cascanueces. Iré más veces. Se entiende mejor que el cine y es barato.
Y, sorpresa, casi no sigo la prensa española. He pasado de devorar el periódico todos los días a consultarlo en Internet y guardar algunos artículos de opinión que luego olvido leer. Que lejos el ruin de Rajoy o el tonto de Simancas. Pero sé que podemos ser campeones de liga y, a pesar de Capello y el presidente, me hace ilusión volver a la Cibeles. ¿No era este el año de los siete trofeos del Barsa? Je, je, je.

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