sábado, 1 de noviembre de 2008

la economía

Estuve tres días, quien me ha visto y quien me ve, usando alfiler de corbata. Pero, para que veáis que no he cambiado tanto, llevo casi una semana buscándolo.

Así que vamos a hablar algo de la “econosuya”. Aquí más “suya” que en otros sitios.

Según los datos de la Oficina Comercial el salario medio es de 190 euros; he dicho el medio, no el mínimo. Mis interlocutores nativos hablan de que el doble es un muy buen salario. Y sin embargo 190 euros es un salario mayor que el de Republica Dominicana. ¿Hay que explicar a alguien lo de los cayucos? ¡Que vengan y nos conquisten! Y que cada uno elija bando. Por vuestros lares parece que hay que optar entre “buenismo o nacionalsindicalismo”. Vosotros mismos.

Yo creo que esto va a ser como en las películas de ciencia ficción, con Europa como la fortaleza asediada, título ya de un libro, por miles de emigrantes. E invirtiendo en policías y muros en lugar de inversiones productivas, derechos humanos y ayuda al desarrollo. Por cierto, exjefes, si quieren que las embajadas sean la policía de visados hace falta una eficaz acción reivindicativa pidiendo recursos y medios para los Consulados. La gente espera semanas por falta de medios, primero para conseguir la cita, luego para que te concedan, o denieguen, el visado.

Otro dato de la Oficina Comercial, el PIB per capita es 1414 euros. Nosotros debemos tener casí veinte veces más. Y ellos lo ven, nos ven, por Internet o por la TV por satélite. O se lo cuentan las mujeres que trabajan en nuestro servicio doméstico. O se lo restriega su oligarquía con cochazos y guardaespaldas.

En las ciudades grandes, aquí hay cuatro o cinco, se gana más y la gente se traslada del campo a las urbes. En la Embajada también se paga mejor: algo más de 1000 dólares después de impuestos y cargas sociales. Y son los que pagan más impuestos de todo Kiev. Porque lo que ganan los ricos es todo en negro. Yo a mis caseros les pago en mano, en euros o dólares, y no quieren ni oír hablar de hacerles una transferencia bancaria. Mi profe de ruso, que está pluriempleada en clases particulares en la embajada, clases en una academia, traducciones de telenovelas para una productora y guía turística, y que se pasa corriendo de un lugar a otro de siete de la mañana a once de la noche, nunca ha cotizado a la seguridad social.
Yo, como siempre, estoy rompiendo el mercado con mis contrataciones. Así que entre lo que me timan por “guiri” y lo que me autotimo por “pringao” voy a ahorrar menos que en Madrid.

Si la ciudad resulta tan cara puede deberse a que parece que no hay clase media. O ricos o pobres y entonces a nosotros las cosas nos cuestan a precio europeo. Se ha formado una nueva oligarquía al estilo de lo que sucedió en Rusia. La vieja élite del partido, que ya vivía bien antes, ahora vive mejor. Se han hecho de derechas, se han adueñado de las empresas privatizadas, se han enriquecido de la noche a la mañana y no solo no ocultan su tren de vida sino todo lo contrario. Y como no les preocupa lo que pagan por el lujo, las tiendas de calidad del centro de la ciudad son más caras y “glamourosas” que en España.

Me resulta curioso lo de los restaurantes de lujo. Con esos precios están casi vacíos por lo que no alcanzo a entender de qué viven. Aquí sospechan que son tapaderas para blanquear dinero. Y el servicio no es más rápido porque estén más vacías.

Es tan barata la mano de obra que hay mucha gente en los trabajos quizás excesiva para el patrón español y no necesariamente, ya digo, el servicio es más ágil. Ésta también es una herencia del “socialismo real”. Por ejemplo, aparte de las taquilleras y la policía de andén, una señora con un gorro rojo y como una raqueta de ping pong del mismo color en la mano, en cada estación de metro hay una señora, con pinta de agente del KGB, vigilando que no se cuele nadie. Yo estoy tentado de hacerme el despistado y colarme para ver que hacen. ¿te muerden? ¿tocan un silbato? ¿te gritan en ruso?. El otro día iba a pasar demasiado velozmente, o al menos más rápido de lo que tarda la ficha, que hay que echar en una ranura, en llegar a su destino, y se disparo una barra que casi me golpea las piernas. ¡Qué susto! Y la “madama de los lavabos” mirándome con reprobación. Seguramente se lamentaba de que no me hubiese dado.

El caso es que hay mucha gente en los puestos de trabajo y en algunas tiendas de alimentación están esas personas muy especializadas. Así en una tienda con un mostrador de 6 metros hay dos personas. Una con una cola enorme para los lácteos; otra, sentada en la silla, para los embutidos. Y vete tú a preguntar en el sitio equivocado.

Es lo malo de una buena herencia. Hay más puestos de trabajo pero más rígidos y menos eficientes.

¿Y los pisos? En el periodo soviético, un alquiler apenas se llevaba un 5% del sueldo. Ahora la vivienda de calidad es más cara que la de Madrid.

Otra peculiaridad, quizás también herencia del pasado, es que en muchos sitios no se ve desde el exterior lo que se vende o lo que se sirve. No hay escaparates. Es posible que ellos no los necesiten porque entienden los rótulos ucranianos pero, digo yo, que es bueno ver la mercancía desde el exterior. En muchos sitios son sótanos y para acceder hay que bajar por unas estrechas escaleras. Imagino que puede tener que ver con la falta de locales comerciales en los bajos de los edificios pues aquí son pisos o con la necesidad de tener pequeños negocios más o menos clandestinos aunque consentidos. No sé. Estoy un poco harto de inventarme historias. Algunos centros comerciales también están bajo suelo.

En el centro si hay escaparates pero es que allí se han instalados las grandes tiendas occidentales y se nota.

El otro día dando un largo paseo descubrí un lugar señalizado con letreros luminosos de neón que decía Café Internet señalando hacia uno de esos patios interiores que son frecuentes en estas edificaciones ucranianas. Entré y le perdí la pista al café. Ni un rotulo ni un cartel. Di la vuelta al patio y, finalmente, al lado de por donde había entrado, encontré una especie de sello-graffiti donde estaba anunciado. Entré y me encontré en la más absoluta oscuridad. Bajé a oscuras, sintiendo que pisaba barro o algo gelatinoso que resultó ser una de esas alfombras de césped o algo así y desemboqué en el Café Internet que no servía cafés ni bebidas ni alimentos pero que, al menos, tenía una buena instalación informática. Al salir me di cuenta de que tras la puerta había un interruptor de la luz pero yo no estoy acostumbrado a entrar en los comercios y buscar la luz.

Os adjunto las fotos de mi paso por el cibercafé.


No hay comentarios:

Publicar un comentario