lunes, 5 de enero de 2009

ambigua realidad (febrero 2008)

El sábado pasado un becario de la oficina comercial, E., sevillano de tez morena, fue brutalmente golpeado por cuatro energúmenos. Le atacaron por la espalda, sin mediar palabra, y le patearon en el suelo en un lugar bastante público. Se ha pasado una semana en el hospital. Le salvó un ucraniano que dio voces llamando a la “militzia” pero luego no lo atendió nadie hasta que llamó por el móvil al teléfono de emergencias de la embajada y acudimos en su ayuda.

Otro día hablaré del racismo y la xenofobia. Hoy me preocupa la imagen, la sensación, que uno puede tener del país con estos datos. Siempre he odiado las generalizaciones sobre los habitantes de pueblos o regiones y me parecen tópicos perezosos. Sin embargo, si hablamos de imágenes subjetivas, entiendo que Ucrania sea ya para siempre un lugar de bárbaros y salvajes para E. Y esa es una impresión que me han transmitido muchos de los españoles con los que hablo. No se corresponde con mi percepción pero no me atrevo a decir que sea yo quien tenga razón.

¿Por qué? Porque sé que soy despistado y poco observador, confiado y cándido. Porque sé que vivo en una burbuja de cristal, con escaso contacto con el Kiev real. Sin embargo, mis pocas experiencias han sido positivas, y eso que todavía no he ligado: mis caseros no pretenden aprovecharse más de la cuenta de mi, son discretos, me van mejorando la casa y me pasan platos de comida a través de la ventana; mi cocinera no me sisa y me compra una ¡corbata! por Navidad; los nativos del trabajo me tratan con cariño o educación; la gente que conozco profesionalmente es amable en muchos casos y competente en otros. Mis anécdotas no me predisponen al rechazo aunque me saquen el dinero como si fuese un japonés en un taxi de Barajas o me hayan timado como si fuese un paleto.

Otros españoles hablan pestes: maleducados, egoístas, borrachos o sucios. Y les molestan cosas que a mi no me ocurren o me pasan desapercibidas, que me parecen que son nimias o que ocurren en cualquier lado. Perdonad las largas citas pero voy a recurrir a Andrujovich que por algo es natural del lugar. Al comienzo de “Doce anillos” un austriaco comienza a viajar a Ucrania, sin conocer el idioma, para buscar los orígenes de sus ancestros y va escribiendo cartas a sus amigos en los que el tono varía, según van madurando las circunstancias.Así cuenta que conversando con un nacionalista, que “estaba convencido de que su nación contaba por lo menos con diez mil años de existencia, que los ucranianos tenían un vínculo inmediato con las fuerzas cósmicas del bien y que, según la forma del cráneo y de las súperciliares, estaban próximos al 'modelo de ario', a consecuencia de lo cual existía un complot mundial contra ellos, los ejecutores directos del cual eran sus vecinos geográficos más próximos y algunos 'factores étnicos internos compuestos'” nuestro austriaco se ve obligado a interrumpirle “con unas cuantas preguntas embarazosas, a las cuales sólo respondía con una mirada atónita. Le pregunté, digamos, esto: "bueno, si de verdad tenéis una cultura tan antigua y potente, ¿por qué apestan tanto vuestros servicios públicos? ¿Por qué la mayoría de estos lugares parecen basureros putrefactos? ¿Por qué los cascos antiguos de vuestras ciudades se arruinan junto con barrios enteros, por qué se derrumban los balcones, por que no hay luz en los portones y hay tantos cristales rotos bajo vuestros pies? ¿Quién tiene la culpa de todo esto? ¿Los rusos? ¿Los polacos? ¿Otros factores ‘étnicos internos correlativos’? Vale, no os apañáis con las ciudades, pero ¿y con la naturaleza? ¿Por que vuestros campesinos, estos, como decís vosotros, portadores de una tradición civilizada de diez mil años, arrojan obstinadamente toda su mierda directamente a los ríos, y por qué viajando por vuestras montañas uno encuentra más metal abandonado que hierbas medicinales?”

El austriaco describe aquí una realidad que seguramente es cierta. Sucio, descuidado y oscuro son adjetivos que se pueden utilizar para describir algunos aspectos de esta ciudad. Pero no es la única manera de describir la ciudad ni sus habitantes. No es la única verdad. Así, en otra carta escrita un poco después por el mismo austriaco encontramos un tono totalmente diferente y, seguramente, a pesar de que no puedo leerlo sin sonreírme irónicamente, también cierto: "¿Quién me ha dado derecho a aleccionarles, a advertirles sobre los baches y los dientes de oro? Viven como quieren porque están en su casa, y yo no tengo la razón sólo por el hecho de que soy un viajero. Y lo más importante, lo que no se les puede negar es la cálida acogida con vodka. A grandes rasgos son infinitamente más humanos que nosotros. Y cuando digo más humanos, me refiero a su capacidad de abrirse de repente, de ver un ser íntimo incluso en una persona desconocida. Así, una distancia de 400 o 500 kilómetros que nuestros intercity-express superan en apenas cuatro horas, los trenes de aquí la saben alargar hasta unas trece. Sin embargo, en los compartimentos de sus vagones, deliberadamente incómodos y estrechos, la gente saca comida y bebida, se presenta, comparte cada trozo de pan, se cuenta las cosas más trascendentales, a veces incluso las más íntimas. De todas maneras, la vida es muy corta: ¿por qué apresurarse? Los instantes de conmoción emocional más profunda, cuando inesperadamente tocas la abierta y cálida verdad del vodka, son mucho más importantes que las prisas oficiales y la cortesía reservada y falsa, bajo las cuales sólo existe el vacío y la mutua indiferencia. Me gusta que a veces parezcan una familia gigantesca infinitamente ramificada. Cuando os ofrecen su comida y su vodka y os negáis, se vuelven obstinados, incluso insoportables e intolerantes. Y no creo que sea porque la comida y el vodka sean mucho más baratos aquí que nuestros países, sino porque realmente son gente más sincera y de alma más generosa. Así negarles su agasajo es como privarles del derecho de mutua comprensión. ¡Como difiere todo esto de la atmósfera bien ventilada, esterilizada y cuidada, con una calefacción irreprochable, pero al mismo tiempo privada del verdadero calor humano de nuestros rápidos intercity, con su desfile superficial de sonrisas y el silencio artificial que de vez en cuando interrumpen el clic de los mecheros o en frufrú del papel de aluminio!”

Dos ucranias. Pero ¿acaso no somos todos así?. Algo contradictorios y ambiguos, ángel y demonio. Eso sí, el austriaco entre una y otra carta había ligado.

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