lunes, 5 de enero de 2009

El timo (diciembre 2007)

“Como bien saben los mentirosos y los estafadores, somos una especie bastante confiada. Tenemos una natural disposición a creer en lo que los demás nos dicen o, al menos, a creer que nos lo dicen sin intención de engañarnos. La mentira funciona sobre el horizonte de la confianza. Sin monedas de curso legal no cabrían las falsificaciones. Un elemental compromiso con la verdad, un entramado de creencias sobre la sinceridad de las creencias de los demás, es una de las argamasas que mantienen unidas a las sociedades. Quizá resulte exagerado creer a alguien cuando nos dice "te quiero", pero estamos convencidos de que cuando nos dice "son las cinco y cuarto" no nos está queriendo decir "me han despedido del trabajo". Ésa es la confianza mínima, compartida, sin la cual no hay manera. Si, además, experimentamos alguna simpatía o afecto por nuestro interlocutor, la ingenuidad es mayor. Todos pueden engañarnos, pero aquellos con quienes compartimos mayores ámbitos de confianza pueden engañarnos mucho más.” (“En el error. Félix Ovejero)

Esta larga y erudita cita trata de adornar y embellecer una evidencia pesarosa. Me han timado. Sí, amigos, a veces mi lado humano me juega una mala pasada y, ¡yo también!, soy engañado.

La historia que os voy a contar transcurrió hace meses y ha tenido que pasar el tiempo que dicen que todo lo cura para que, apaciguado mi amor propio, me atreva a contarlo.

Era un sábado de verano y yo paseaba con mis gafas de sol, mis zapatillas deportivas y mi MP3 totalmente ausente de este mundanal mundo cuando éste se me apareció en una de sus formas más tentadoras: un fajo de billetes de dólares me miraba desde el suelo. Me agache sin disimulo al tiempo que veía como la persona que estaba a mi derecha se acercaba rápido al individuo de delante y le comentaba algo. Deduje de gestos y miradas que le decía que se le había caído la cartera y se la entregué entre los gestos de agradecimientos del interfecto.

Reanudé mi camino junto a mi vecino que me sonreía, pensaba yo que feliz por su buena obra pero realmente relamiéndose por anticipado del gusto que le daba haber pillado a otro incauto. Medio minuto después me alcanzaba agitado el individuo al que habíamos devuelto el fajo de billetes murmurando en inglés que si no habíamos encontrado más, que eran dos fajos, que era mucho dinero, que si no lo tendríamos nosotros. Sí, lo sé. Este timo ha debido salir hasta en la tele pero … Total, que nos pide que le enseñemos las carteras, que el gancho se la muestra, que yo hago lo mismo (si no tengo dólares, solo euros) y que me agarra el dinero y echa a correr. Y yo detrás, gritando police, cuando en ruso se dice militzia, hasta que afortunadamente los perdí. ¿Os imagináis que les agarro? Me hubiera quedado sin dinero y con las gafas rotas. Cuando el lunes conté lo estúpido que fui al Cónsul, este me explico que con él también lo intentaron pero sin éxito. Y que, tras negarse a sacar la billetera, apareció un tercer compinche con una insignia como de poli (aunque si hubiera sido de socio del Dínamo, ¿quien se habría dado cuenta?) y le pidió que le enseñase la cartera. Mi cónsul volvió a negarse mostrando a su vez su tarjeta de diplomático con inmunidad. Reconozco que si yo me hubiese librado en el primer intento habría caído en el segundo a pesar de disfrutar de la misma tarjeta.

El timo es un clásico de Kiev. Luego me lo han vuelto a intentar en la versión más cutre. Como ya no miro al suelo por si las moscas, fue el gancho el que se agacho y me enseñó el fajo mientras decía “fifty-fifty”. Como si uno se encontrase un monedero y lo repartiese con su vecino.

Mi hermano me había recomendado que no lo contase para evitar que alguna listilla dijese eso de “lo ves, lo ves, ya te lo decía yo”. Creo que hoy, convencidos ya casi todos de lo acertado de mi elección, puedo sincerarme. Además, un solo incidente en seis meses tampoco es una media muy grave. Lo grave es lo imbécil que soy cuando no estás a mi lado.

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