sábado, 27 de diciembre de 2008

entrevistas matrimoniales (septiembre 2007)

Uno de los grandes morbos del trabajo de consulado son las entrevistas matrimoniales. Resulta que a quienes se casan con una o un nativo se les hace una entrevista antes de darle el visado al “guiri”.

Creo que casi todos hemos visto esa película de Depardiu y McDowell sobre los matrimonios de conveniencia en la que, el amor es la hostia de bonito, al final acaban enamorándose “de verdad”. Pero los implacables funcionarios yanquis de emigración le deportan igual. Como nuestra gente de visados. Igualito.

Normalmente las bodas son entre un españolito feo como yo y una rubia guapa como ellas. El español de hoy ha nacido en 1928, la ucraniana, en el 56. Reconozco que no sé para que quiere casarse un señor de ochenta años pero si es por el sexo me anima un montón.

Las entrevistas se celebran por separado y el cónsul no me deja estar presente. Y eso que todavía no he mostrado mi vena gamberra y vacilona. Yo le he propuesto que use un polígrafo pero dice que se rompería a la primera. Que lo harían estallar. El Cónsul es un escéptico del amor.
[1]

Dice el Cónsul que muchas veces ni el uno ni la otra tienen un idioma común en el que comunicarse
[2]. Y que cuando les pregunta que cómo se entienden, replican que en el “lenguaje del amor”. Yo les creo. ¿Cuántos conocéis que hablen mientras lo hacen? Lo normal es suspiros, gemidos y, si hay suerte, unos grititos, pero hablar, lo que se dice hablar ¿quién lo hace? Yo reconozco que sí hablo, y no precisamente de política, pero a las chicas les extraña un poco al principio...(Luego lo extrañan). El trabajo del Cónsul me parece complicadísimo y, si me apuran, hasta inconstitucional. Y seguro que tiene que ver con las intromisiones de la exministra de sanidad en la sacrosanta vida privada de las personas. (Esta frase parece que me la ha dictado MA). Porque preguntémonos ¿quién es un gobierno para entrar en las razones por las que dos adultos se casan? O más aún ¿qué matrimonio no es de conveniencia? Porque les conviene con la familia, porque les renta con los impuestos, porque consiguen la pensión, porque se lo montan con los regalos de boda, por lo que se ahorran en el piso, porque les dan quince días de permiso en el trabajo…

La definición más razonable de pareja la he encontrado en un libro de divulgación científica de Jorge Wagensberg, donde dice hablando de una pareja formada por una gata y un perro que van pidiendo comida por las terrazas de Atenas: “Dos individuos pactan una dependencia mutua y aumentan con ello la independencia conjunta respecto de las fluctuaciones de la incertidumbre del entorno. Es la simbiosis, uno de los recursos más eficaces y elegantes de la evolución de la materia viva. Se practica desde sus remotos orígenes. Hace miles de millones de años, por ejemplo, bacterias procariotas distintas se confabularon para inventar una nueva célula, la eurocariota, un avance con un futuro espectacular: nada menos que los animales y las plantas. Desde entonces hasta esta calurosa noche frente a la Acrópolis, la simbiosis no ha dejado de ocurrir. Su resultado se traduce, con el permiso de la selección natural, en un estado de complejidad superior. La idea para seguir vivo parece clara: complejidad contra incertidumbre. Cada día, en algún rincón del planeta, se ensaya un nuevo pacto imprevisible y disparatado. La mayoría de intentos no trasciende más allá de sí mismos y tampoco va a continuar, es verdad, la bella historia de esta pareja de indigentes profesionales”
[3]. Si el matrimonio es un acuerdo entre adultos ¿quién tiene potestades para investigar si hay verdadero amor o amor de andar por casa o remedio a la soledad o apaño comercial? Lo de la Thyssen era amor del fetén y no braguetazo. Lo de Boyer y la Preisler, lo de Cela y la Castaño, etc., etc. ¿Quién investiga a Mariano Rubio? Investigan a un pobre señor, al que, vale, de acuerdo, la rubia probablemente abandonará a los tres meses, pero ¿quién nos dice que el personaje no estará encantado porque a lo mejor ha sido la historia más emocionante de una vida vulgar y aburrida, de una existencia triste de socio del atlético? El Cónsul cuenta la anécdota de un expolicía de más de setenta que se iba a casar con una jovencita. Cuando con toda suavidad le informaba de que algunas veces, y seguro que no era su caso porque su esposa parecía muy buena chica, estas muchachas se largaban a los pocos meses una vez conseguida la carta de residencia, el inspector le replicó: “Pero, ¿tú has visto lo buena que está? Y a mí que me importa que se vaya a los tres meses, con lo que voy a disfrutar yo esos tres meses”. Mi Cónsul, que ahí se mostró una persona razonable, les registró el matrimonio.

Sólo abrigo dudas cuando uno de los dos ha pagado, pero incluso en ese caso no entiendo porque en una sociedad que comercia con todo, que todo lo convierte en precio, el matrimonio no va a poder participar del negocio.
Yo reconozco que miro a mis españolitos con una pizca de orgullo patrio, ahí es nada el landismo contemporáneo conquistando eslavas, y otra pizca de envidia. Yo llevo cuatro meses aquí y no he tenido ninguna posibilidad de rubia. ¿Qué tendrán estos tipos? ¿Qué garitos frecuentaran? ¿Son unos expertos en el romance por internet? ¿Qué tendrán en la mirada?
[1] En este país que nos ha dado la bella historia del amor de Margarita y el Maestro narrada por Bulgakov.[2] Sin embargo, leo en El País que Miles Davis y Juliette Greco se enamoraron sin saber la una inglés ni el otro francés.[3] El gozo intelectual, Tusquets.

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