viernes, 2 de enero de 2009

ucranianas (septiembre 2007)

Parece ser que después de la segunda guerra mundial, Stalin prohibió a los soviéticos casarse con extranjeros. El embajador piensa que lo hacía para conservar el fondo genético. Una cosa que, vístanla como la vistan, suena a nazismo.

Ahora los mapas turísticos que te dan en los hoteles están llenos de anuncios, no de contactos sino de agencias matrimoniales. Debe ser uno de los negocios más boyantes. Y es que cuando hay calidad, cuando hay valor añadido, “la exportación es más fácil”. Aprende ZP. Cualquier iglesia un sábado de verano se ve ocupada por novias de blanco y limusinas aparatosas, blancas y negras decoradas con guirnaldas, globos y anillos.

Sé que muchos pensáis que en mis apreciaciones sobre la belleza de las rubias estoy dando rienda suelta a mi obsesión y que serán tan guapas como en cualquier otro lado. B. dirá, y se lo dirá a cualquiera con la que intente intimar, que yo no tengo criterio, que me gustan todas y que eso que le estoy diciendo a la susodicha se lo digo a todas. Ni come ni deja comer.

Sin embargo... Sin embargo, el único rumor positivo que escuché cuando anuncié que me venía para acá fue al segurata de la puerta de mi extrabajo afirmando que aquí estaban las mujeres más bellas de Europa. Y, aquí sí que pudo ser la obsesión, fue el único rumor que estuve dispuesto a creer de antemano. Al segurata se le ve un experto en el tema europeo. Cuando fui a Budapest me informo de que allí se rodaba el mejor porno del continente.

Yo creo que las rusas, en general, y las ucranianas, en particular, han sustituido en la mitología masculina española el lugar que antes ocupaban las suecas. Que las de aquí son muy guapas lo comparten hasta las esposas de los diplomáticos que las tildan de lagartas. Pero lagartas guapas. Como las de V, ¿os acordáis?, me habría dejado devorar como un ratoncito. La única excepción sabia que valoro es la de J, diez años, que cuando vio a mi profe de ruso dijo que era un palillo. Y si la miras bien, lo es.

John Steinbeck, en el irónico librito que escribió tras viajar a la URSS en el verano de 1947, decía: “De camino a nuestro hotel observamos, como todo el mundo, que las chicas ucranianas son muy guapas, casi todas rubias y de bonita figura femenina. Tienen estilo, caminan con un paso oscilante y sonríen con facilidad. Aunque no estaban mejor vestidas que las mujeres moscovitas, si parecía que llevaban mejor la ropa.”

Si esto ocurría en pleno estalinismo, imaginároslo ahora. Y recurro a este argumento de autoridad porque como dice T: “como nos gusta una cita, con ese aire, que les es intrínseco, de ‘lo he leído y además no lo digo yo’”. Así que son guapas las rubias y no lo dijo tan solo yo. Todos los diplomáticos, menos el Cónsul, Steinberg, el segurata y yo no podemos confundirnos.

Pero, ¿son lagartas?. El Cónsul dice que le han enseñado un refrán ruso que dice algo así como que “una esposa no es una pared”. Es decir, explico para los cándidos, que no es inamovible, que se la puede empujar y mover de lugar. También me dicen que en algunos pueblos de Andalucía han cambiado la liturgia matrimonial y ahora el celebrante termina las bodas con un “hasta que una rusa os separe. Amen”

Las españolas más veteranas de la embajada cuentan leyendas de terror sobre estos temas. Por ejemplo, la de un jefe de visados, algo mayor que yo pero con flequillo, que se ennovió con una jovencita de diecinueve. (Apunte económico que no sé si viene al tema: un jefe de visados puede cobrar aquí más de 6000 euros y quedarse en 1200 en el laboro nacional). Parece ser que en la fiesta que le dieron de despedida por su vuelta a España hace dos años, la joven iba anunciando a troche y moche su intención de ponerse a trabajar para ayudar a la economía familiar. Y resultó que, al mes, el tal jefe de visados telefoneó compungido para decir que le habían abandonado. Yo siempre me he interrogado sobre la capacidad de autoengaño de los humanos. Estoy seguro de que a este señor le cuentan tal cual la historia y se recochinea. Pero cuando la jovencita le toca a él, no sé que mecanismo se pone en marcha que le nubla las entendederas. O sí. Se trata de una característica muy común en el macho de la especie, que yo particularmente he percibido en grandes dosis en el “homus dirigentens sindicalis”. La vanidad. Con los demás van por el dinero o por el interés pero conmigo…Conmigo es por lo atractivo que soy. Imbécil fatuo. Luego no entienden porque les han abandonado. A ellos. Que han sido tan buenos. Etc.

Aún en estos casos, como escribía el otro día, soy partidario de legalizar el matrimonio. ¿Quién es el gobierno para controlarnos la vanidad? ¿Quién para tutelarnos hasta el punto de no dejarnos equivocarnos hasta el tuétano?

¿Me habré hecho un liberal?

PD. Como podréis suponer, “a mi no me va a pasar”. Conmigo, cuando vengan, lo harán buscando sexo. Soy una leyenda viva.

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